Durante meses nos habíamos soñado al atardecer desde nuestras ventanas enfrentadas. En el piso 10, donde el smog es sutil, las cortinas ondulan, la luz se modifica a voluntad y los cuerpos no son sino se imaginan, las copas sugerían a diario un brindis con champán o ambrosía.
Los hombres suelen ser crueles para los finales: le bastó un mediodía salir al balcón rascándose la entrepierna y mirar, obsesivo, cómo yo picaba cebolla y ajo.
Gabriela Urrutibehety
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