Yo lo había conocido al piano, una tarde grata, de cerca, en la penumbra gris y dulce del crepúsculo de primavera, en su salón. Me había parecido dulce, bueno, sencillo, vibrante el corazón de la música de su piano, entre sus hijos, su mujer y sus flores.
Luego, el otro día, en su despacho, de lejos, entrando yo por la puerta distante del banco grande, me pareció que lo había equivocado con otro. Estaba más enjuto, más oscuro, recortado, sequiduro entre ropas y hules, y unos ojillos de pimienta, que en nada se parecían a los azules del día antes, me miraban, acercándose, como con desagrado.
Llegando a un punto de la estancia, como en esos cambios de los árboles cuando nos acercamos a ellos, como si hubiera un escamoteo teatral, el hombre de hoy, el del escritorio, se transformaba otra vez, en el hombre de ayer, el del piano, y la sonrisa grande y blanda sucedía al mirar pequeño, duro y desagradable.
Debió notar mi confusión, y le dije lo que era: «Al pronto no lo había conocido a usted. Me parecía usted otro».
Categoría: Juan Ramón Jimenez
3.190 – La niña engañada
Su madre le ofreció una naranja si hacía aquello que ella quería. La niña lo hizo con esfuerzo sonriente. Entonces la madre, carcajada soez de ojos y dientes, se comió la naranja y le tiró a la niña la piel.
La niña cojió la piel y se quedó mirando por la ventana ¿a Dios?
Tenía atravesada una letra de una palabra nueva en la garganta. Y sus ojos, como si la dosis de pena de toda su vida se le hubiera subido anticipadamente a ellos, como si hubieran visto, vivido en un segundo toda la vida, miraban, plomos fijos, densos, gastados, como los de una vieja.
Juan Ramón Jimenez
Antología del microrelato español. Ed. Cátedra. 2012
2.938 – El joven pintor
-¿No tienes ya bastante dinero, hijo? ¡No pintes más, que ya has trabajado bastante!
Y la madre vieja besaba tiernamente a su hijo con besos blancos como sus canas dulces.
El hijo le decía: «No, madre, cuando yo tenía que ganar dinero para ti, pintaba sin pintar; ahora, ya holgados, es cuando pinto; y no dejaré nunca de hacerlo. Mi arte es como tu relijión. No se pinta ni se reza para ganar, sino cuando no se tiene qué comer; y aun entonces, si no hubiera que darle a una madre…».
-La relijión es otra cosa, hijo.
El hijo se fue a su cuarto; y en la oscuridad abierta al blanquecino jardín húmedo que olía a jazmines con relente, se echó negro y cerrado contra la cama blanca y calló, calló mucho sonriendo.
Juan Ramón Jiménez
Antología del microrelato español (1906-2011)
Ed. Cátedra – 2012
2.839 – ¡Abrió los ojos!
Abrió los ojos. (Había estado tirado en su butaca toda la mañana fea, durmiendo su largo, desesperado hastío.)
Las cuatro paredes de su cuarto estaban oscuras de tanto deslumbre. Una ventanita cuadrada cortaba el cuadro resplandeciente. Un cielo azul limpio, casas radiantes de sol y sombra, una plaza llena de jentes gritando y corriendo.
«Ésa es la vida, sal», le dijeron seres oscuros por dentro de su sangre.
Y se tiró por la ventana.