En el despacho de la Dirección del Circo se presentó una tarde un hombre flacucho, con tipo de cesante y de gato disecado.
El director le preguntó que qué hacía. Él dijo que era ilusionista, y que hacía desaparecer los objetos y las personas.
El gordo director, que jugaba con la moneda de un dije, como si con ella en la mano estuviese pensando una jugada sobre el tapete verde, le dijo riendo:
-¿A que no me hace usted desaparecer a mí?
El ilusionista se desabotonó los puños de la americana y de la camisa, sacó el lápiz largo que era su varita mágica y dando un golpecito en la calva al director le hizo desaparecer. Después se quedó pensativo y resolvió no volverle a hacer aparecer.
Desde entonces es el director del circo el ilusionista.
Categoría: Ramón Gómez de la Serna
1.374 – El pez…
1.367 – Un duelo…
1.339 – El perro…
1.268 – Él y él mismo
Detenido por la policía, sostenía ante todos que se había ido a América en el vapor Suntanton.
Se telegrafió al puerto de Dakar, y de allí contestaron que, en efecto, a bordo iba un caballero con aquel nombre y aquellas señas personales.
«Devuélvanlo península», fue el telegrama de la policía.
Así la expectación que había en el puerto el día de la llegada del otro, que era él mismo, que le esperaba acordonado de gendarmes, sobrepasaba lo imaginable y las filas primeras de los espectadores caían constantemente al agua y se ahogaban.
El otro avanzó por la pasarela, y al llegar al que era él mismo, le abrazó y los dos quedaron convertidos en uno solo.
Entonces el «reintegrado» dijo a la policía:
— ¡Lo ven!