3.664 – El otro futuro

  Se despierta de golpe. Está oscuro y aún queda mucho para que mamá venga a llamarlos. Estira la mano despacito y nota que su hermana está, como siempre, durmiendo a su lado. Se levanta en silencio y asoma la cara entre las cortinas. Los observa sin hacer ruido. Elena se acerca a abrazarlo y lo guía de vuelta.
?Ya vale ?susurra? vuelve a la cama.
En realidad no hay nada nuevo que ver. El parque está casi cubierto por cartones y la gente se amontona tratando de mantener el calor. Algunos duermen, se remueven incómodos. Muchos lloran. Las madres dejan que los niños apoyen la cabeza en su regazo. Los sigue viendo un rato después de cerrar los ojos.
Se duerme. Se despierta de golpe. Sigue oscuro y tiene mucho frío. Extiende la mano para buscar la de Elena pero roza el cartón y recuerda. En su ventana, la de su habitación, tres caritas los miran en silencio.

Rocío Romero
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3.293 – Castillos de arena

    No le gustaba la torre, qué se le iba a hacer. Con su pala de plástico azul derruyó el ala oeste de tres furiosas acometidas. Así estaba mejor, en ruinas. Lástima que no recordara a tiempo que su madre, su reina madre, aún estaba en la alcoba.
Escarbó un poco entre los restos de sangre, arena mojada y agua de mar hasta que encontró lo que quería. Al menos he salvado la corona, pensó. Ahora tendría que buscarse otra madre de cabeza perfecta a la que le sentara bien… aunque estuviera algo abollada. Qué vida esta.

Rocío Romero
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012

1.524 – Con la manos vacías

19_rocio_romero_peinado Vuelvo a mirar la calle y me asombro al ver que las farolas ya están encendidas. Casi no alumbran.
El joven que se acerca titubea frente a un portal y continúa. Parece fundirse entre las sombras. Imagino que es la persona a la que espero y pienso en ti durante un instante tan breve que apenas se distingue del siguiente.
Suena el timbre y compruebo que es él, el desconocido de mi cita, él, quien esta noche me obligue a olvidarte y me recuerde que mi amor, tu furia y mi huida me dejaron donde estoy, sepultada entre mil noches sin luz y con las manos vacías.

Rocío Romero
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1.404 – Lo que tiene la lluvia

ROCIO Cuando llueve ceniza, papá se comporta de un modo extraño. Sonríe como los bobos y se sobresalta por nada. Sale a la terraza, comprueba si ha parado. A menudo recoge un pellizquito de polvo gris, lo olisquea entre los dedos, inspirando profundamente, y lo esconde en el bolsillo del chaquetón.
A mamá, en cambio, le encanta la lluvia de pétalos. Cuando era pequeño cualquier ocasión era buena para cubrir las aceras. Si tenía un nuevo amigo, si me comía toda la fruta, nos asomábamos juntos por mi ventana y dejábamos caer aquella tormenta suave de colores. Ahora sólo baja los sábados de mayo a llorar a las novias desde el primer banco del parque. “Te llueven los ojos” le digo, y ella sonríe un poco.
Algo tendrá la lluvia. Mi favorita es la que moja, la lluvia de invierno que barre las calles, la que azota, la que me limpia la cara mientras miro hacia arriba con la boca abierta, la que revive las flores, la que consigue apagar esos fuegos que enciende papá.

Rocío Romero
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1.398 – El plan

19_rocio_romero_peinado Teníamos un buen plan. La pecera en el suelo incitaría a nuestro gato a tratar de capturar los dos peces de colores que trajeron los Reyes. Se volcaría: papá siempre corriendo, su pie sobre el agua y un precioso mortal, gritos y esas cosas. Tendría que romperse las piernas, o por lo menos una, ya acordamos que un brazo no iba a valer para nada. Con la pierna rota ya no podría marcharse, mamá le haría compota de manzana y se darían besos, seguro.
Estuvimos sentados junto a la pecera durante horas, estudiando el ángulo, frenando al gato. Con el tiempo mamá tiró los cadáveres de los peces por el retrete, llenó la bola con piedrecitas y al final la subió al desván. Mi hermano y yo todavía miramos hacia la puerta muchas, muchas veces.

Rocío Romero
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