Un silencio expectante se apoderó del circo romano. Miles de gargantas enmudecieron. Se abrió la compuerta y se oyó un gran rugido proveniente del interior de la galería. Unos soldados introducían sus lanzas a través de unas aberturas verificadas en la parte superior… Evidentemente, la fiera no quería salir al exterior. Fuera, en el círculo central, un grupo de cristianos, acurrucados, temblorosos, se apiñaban en torno a un anciano de barbas venerables y rezaban. Finalmente, el león surgió del fondo del túnel, siendo recibido con una clamorosa ovación. Ante aquel griterío se detuvo. Después, su mirada se posó ante el grupo de cristianos, que permanecía quieto e inmóvil. De un enérgico zarpazo arrojó por tierra a una mujer de unos cincuenta años, que profirió un terrible grito. Luego, el silencio… El resto de los cristianos proseguían sus oraciones, y el león inició su festín, acompañándose de un molesto crujir de dientes. «¿Podía hacerse algo para impedir que esto ocurriera?», se preguntó Nemorino, rodillas en tierra. Levantó los ojos al cielo y observó que seguía siendo azul, como cuando era niño. El león continuaba su orgía. De la inicial docena de cristianos mártires, sólo quedaban dos: el anciano, que, tembloroso y angustiado, se había postrado de rodillas en el suelo (quizá para facilitarle mejor las cosas a su verdugo, el león), y él, Nemorino. Observó con terror y detenimiento al león, pero, desesperanzado, comprobó que jamás lo había visto antes. Ni, por supuesto, curado diente alguno… Aquel león no le debía nada. De otro terrible zarpazo en la espalda, el león echó por tierra al anciano. Un carrillo y un ojo desaparecieron en el acto en su zarpa, que se relamió con gusto. Con la otra pata mantenía inmóvil a la víctima, que gemía. Después hundió sus dientes en un costado. Todos los intestinos quedaron al descubierto… Nemorino vomitó. Quiso levantarse, pero sus rodillas no le respondieron al primer intento. El león engullía con rapidez uno de los muslos, flácidos y blanquísimos, del anciano. Nemorino recordó a su madre, que de pequeño le decía: «Con este signo vencerás». Un grito terrible se oyó en el circo: «¡Madre, repítemelo de nuevo! ¡Es necesario! ¿Comprendes? ¡Es necesario!». Un profundo silencio se hizo en el circo. Nemorino fue asaltado por un profundo terror. El león se dirigía a él, último superviviente del grupo. Nemorino perdió el control de sí mismo y echó a correr camino de la presidencia.
Un primer zarpazo de la fiera le desgarró la espalda, y la sangre salió a borbotones… «¡César, reniego, César! ¿Me oyes? ¡César, reniego! ¡Sálvame! ¡Quiero vivir!…». No dijo más. El león clavó sus dientes en su hombro derecho y un alarido se oyó en toda Roma. César, con un movimiento de su cabeza, dio a entender a sus súbditos que ya era tarde y que nada podía hacerse. Y arriba, muy arriba del anfiteatro, en medio de la muchedumbre, un ciudadano anónimo confiaba a otro, en voz queda: «Lástima, un poco más que hubiese resistido y hubiera salvado su alma… «.
Categoría: Alonso Ibarrola
1.107 – En la cárcel
He sido conducido al locutorio porque tengo una visita sorpresa, según me ha adelantado el funcionario. A través del cristal, observo un bello rostro adornado con una sonrisa. Es una muchacha joven, esbelta, con unos ojos claros… «¡Hija mía!», musito. Hace quince años que no la veía, que no quería verme. Y ahora está aquí. En unos segundos acuden a mi mente bellos recuerdos en tropel. Cuando la tenía amorosamente en brazos y me pedía la Luna, y yo le daba la Luna. El día que la llevé a la escuela por vez primera, con su batita blanca, su lazo y su pelo rubio recogido en una graciosa coleta. Lloraba tanto ante la puerta que nos volvimos a casa. Mi mujer se indignó conmigo y tuve que llevarla de nuevo. De repente, unos leves toques del funcionario en la espalda me hacen volverme. Me indica que no estoy en el locutorio adecuado y que esa muchacha no es mi hija. La que ahora tengo enfrente, con gafas y gesto fruncido, no me aviva recuerdo alguno.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
1.096 – En la consulta
Tumbado en el sofá, un paciente me ha hecho pasar una velada maravillosa. Una vida azarosa la suya. Había participado en la guerra de los «boers» y conocido al mítico Sandokán. Últimamente regentaba una pequeña mercería con su mujer. El negocio iba mal y decidió pedir un préstamo al famoso héroe. Cuando le contó su proyecto a su mujer, ésta se echó a llorar y me llamó. Por eso está aquí. Quiere que le ayude a ponerse en contacto con Sandokán, porque no sabe cuál es el prefijo telefónico de Malasia.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
1.085 – El discurso
«Seré breve», dijo el homenajeado, levantándose de la mesa. Algunos bisbiseos trataron de acallar a los comensales, que ajenos a lo que sucedía charlaban animadamente. El homenajeado, en pie, esperó pacientemente. Las charlas continuaban. Molesto y cariacontecido se volvió a sentar y continuó comiendo su postre. Casi nadie se apercibió del hecho.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
1.075 – La limosna
Se conocían desde hacía muchos años. El mendigo ocupaba invariablemente su puesto en la acera, en un chaflán cercano a la casa del benefactor anónimo. Se saludaban cordialmente todos los días, cuando le daba invariablemente una moneda de cinco pesetas, con la mejor de las sonrisas. Un día el mendigo se atrevió a exponerle su problema (iban a intervenir quirúrgicamente a una hija suya). Le pidió cien pesetas con un hilo de voz. Desagradablemente sorprendido, el benefactor echó mano de su cartera y se las dio… Durante veinte días el mendigo no le volvió a ver. Pasado este intervalo de tiempo, el benefactor volvió con la mejor de sus sonrisas a su habitual costumbre.
Alonso Ibarrola
1.067 – Lágrimas
La muchacha tenía dieciséis años. Era bonita y simpática, pero los médicos le habían pronosticado escasos años de vida. A lo sumo tres o cuatro… Naturalmente, sus padres y la abuela no contaron a nadie, y menos a la desgraciada, la terrible revelación. A la anciana le costaba mucho contener las lágrimas y aparentar serenidad y felicidad. Por fortuna podía llorar a gusto y sin freno, ante el televisor, ante la propia nieta, cuando una situación dramática justificaba las lágrimas de cualquier emotiva telespectadora, pero que de todas maneras, provocaban el reproche de la muchacha. `Abuelita, no es para tanto», decía la desgraciada. La irrupción en la programación televisiva de numerosos filmes y telefilmes dramáticos le vino muy bien en este aspecto a la abuela. Afortunadamente, cuando nuevamente la programación cambió su contenido y se hizo más frívola y ligera, la muchacha falleció…
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
1.061 – Rumbo a Río
No quisieron creérselo cuando el oculista, con el tono de voz apropiado para estos casos, les comunicó que la Ciencia se veía impotente para impedir su ceguera total en fecha no muy lejana… Pero era verdad, una tremenda verdad, a la que tendrían que amoldarse ella, el marido y los hijos, todavía pequeños. La mujer lloró desconsoladamente, pero pasados unos días, más serena, aceptó el amable ofrecimiento de su marido de llevarla a cualquier lugar del mundo, antes de… Ella eligió Río de Janeiro (quizá por culpa de alguna película…). Debido a su modesta posición, adquirieron los pasajes de avión en módicos y cómodos plazos, de tal manera que al perder la mujer la visión totalmente, todavía quedaron pendientes tres letras de cambio de cuatrocientas treinta pesetas cada una. El marido las pagaba de mala gana y maldecía aquel tonto capricho:
«Por lo menos si hubiésemos ido a Lourdes, habría salido más barato y quién sabe…», pero nunca terminaba la frase.
Alonso Ibarrola.
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
1.010 – Incomprendido
La historia de P D. es vulgar, tremendamente vulgar. Está casado, pero quiere a otra mujer, mucho más joven que su esposa. Trata de justificarse y afirma que no es culpa suya, sino de su mujer, que demuestra una total falta de comprensión.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
998 – Dramas vividos
Cuando se ha padecido terriblemente y un día se deja de padecer, la existencia se convierte en maravillosa. Envidio a esos supervivientes de campos de concentración nazis, que pudieron disfrutar el resto de su existencia oliendo a rosas y viendo amaneceres… ¿Exagero? ¿Demasiado lírico? ¿Es posible imaginarse a un ex-prisionero de un campo de concentración discutiendo años más tarde con su mujer porque la sopa no tenía sal o reprendiendo a un hijo porque no estudia lo suficiente, o a una hija porque llega tarde a casa? ¿Qué significado pueden tener esos hechos cotidianos ante dramas vividos anteriormente con total intensidad? De todos modos, me temo que algunos se hayan enfadado en un atasco de circulación o en un restaurante al descubrir un pelo en su plato.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
980 – Adulterio
Engañaba a su mujer desde hacía quince años. Todas las tardes, cuando salía de su trabajo habitual, acudía al apartamento de la otra. Charlaban, jugaban al parchís… y rara vez salían a la calle. A lo sumo, a algún cine de barrio. A su mujer le había contado, en su día, una razonable y poderosa mentira: llevaba, en sus horas extras, la contabilidad de otra pequeña empresa. Un día, a la salida de un cine, fueron descubiertos por su mujer inopinadamente. Fue tal la sorpresa, que lo único que supo hacer fue desprenderse con soltura del brazo de la otra. Su mujer desapareció rápidamente entre la multitud. Cuando llegó a su casa (lo más rápidamente que pudo) su mujer le sirvió la cena sin mediar palabra alguna. Una vez en el lecho matrimonial, le dijo, en lugar de las habituales «buenas noches»: «Lo sabía». Y él se quedó con la duda, duda que se llevaría a la tumba veinte años más tarde, de si lo sabría de reciente o desde hacía mucho tiempo…