Ese tic tac que escuchamos hace rato al otro lado de la pared nos resulta ahora especialmente molesto. En otra época nos reíamos, comentábamos su ritmo, sus variaciones, y muchas veces lo emulamos como metrónomo de nuestra propia cadencia. Está claro que los dos lo oímos, callados en la oscuridad, esperando incómodos a que termine y, sin hacer ningún comentario, nos giramos cada uno hacia nuestro lado abriendo un abismo de colchón vacío.