Correr una vez más en medio de la noche al vertedero. Sumergirme hasta el cuello en la montaña hedionda que emana gas y moscas. Buscarte y rebuscarte frenético y a tientas entre el caldo de grasas y vísceras podridas, de vinagre y de bilis, de orines y cebolla, de entrañas maceradas, de amoniaco, de sangre. Encontrarte indefensa y fetal y rescatarte. Cargarte a mis espaldas como un fardo humeante y, ya en casa, amor mío, limpiarte la carita y desamordazarte y regresarte y besarte y peinarte y amarte, amarte, amarte hasta que ya de hastío pueda odiarte. Hacer entonces, contigo, un fardo, vida mía, y arrojarte después a la basura, para de nuevo correr al vertedero, y una vez más, mi amor, poder salvarte, amarte, odiarte y arrojarte.
Categoría: Carmela Greciet
3.132 – Grandes almacenes
Mi madre me llevó a las rebajas y, después de unas horas siguiéndola, la perdí de vista en la sección Calzados. Pensé en ir al punto de Atención al Cliente, como tantas otras veces, Se ha perdido un niño…, por favor, pasen a recogerlo, pero me contuvo una nueva y liberadora sensación. Que me reclame ella —resonaba en mi cabeza, mientras deambulaba tocándolo todo por Electrónica, Música y Juguetes. A última hora, agotado, me senté en un sofá de la sección de Muebles y con el runrún de fondo de los anuncios de ofertas, me quedé dormido, que me reclame ella…
Aquí sigo. Los dependientes, que son muchos, me alimentan, y por las noches juego a la Play con los guardias jurados. Gano siempre.
Carmela Greciet
Mar de pirañas- Ed.Menoscuarto – 2012
3.117 – Centrifugado
A través de esa red global de comunicaciones que une todas las lavadoras del mundo por sus desagües, el auxiliar de justicia Ernesto Sánchez, que disfrutaba de baja maternal —repartida con su mujer a partes iguales—, entró en contacto con María do Calvairo, prostituta de un barrio de Sao Paulo. Se conocieron cuando Ernesto, una mañana, preparaba la colada de ropa de bebé blanca y María echaba a lavar en medio de la noche sus sábanas de seda falsa, rito éste que la apaciguaba una vez que el último cliente se marchaba.
Salvo alguna discusión con su mujer debido a que la ropa del bebé cada día tenía peor color —a fuerza de lavarla en programas cortos, para así tener la lavadora el menor tiempo posible ocupada—, el matrimonio de Ernesto no sufrió mayor descalabro, y ello a pesar de que su relación secreta con María do Calvairo fue muy apasionada: se avisaban con unos golpecitos de tam-tam en el tambor de lavado cuando ambos tenían vía libre, y las horas siguientes las pasaba Ernesto apostado en las fauces abiertas de la lavadora con la torpeza de un domador principiante, diciéndole a María ora melindres ora obscenidades… Pero un buen día al funcionario se le acabó la baja y aquel amor también hubo de acabarse. Desde entonces a Ernesto los lamentos húmedos del motor de la lavadora se le antojan ronroneos cálidos y no digamos ya si está centrifugando: entonces no puede evitar imaginarse a María do Calvairo llegando al orgasmo.
Carmela Greciet
Ciempiés. Los microrelatos de Quimera. Ed. Montesinos. 2005
3.063 – Grandes almacenes
Mi madre me llevó a las rebajas y, después de unas horas siguiéndola, la perdí de vista en la sección Calzados. Pensé en ir al punto de Atención al Cliente, como tantas otras veces, Se ha perdido un niño…, por favor, pasen a recogerlo, pero me contuvo una nueva y liberadora sensación. Que me reclame ella —resonaba en mi cabeza, mientras deambulaba tocándolo todo por Electrónica, Música y Juguetes. A última hora, agotado, me senté en un sofá de la sección de Muebles y con el runrún de fondo de los anuncios de ofertas, me quedé dormido, que me reclame ella…
Aquí sigo. Los dependientes, que son muchos, me alimentan, y por las noches juego a la Play con los guardias jurados. Gano siempre.
Carmela Greciet
Mar de pirañas- Ed.Menoscuarto – 2012
3.046 – Eros y tábanos
-Llévame a los acantilados- le pidió su novia al empleado de la funeraria.
Él, complaciente, arrancó el coche fúnebre y atravesaron la ciudad rumbo a la costa.
Ya habían rebasado las afueras, cuando ella se quitó la blusa:
-Te espero ahí detrás- dijo, pasando entre los asientos. A la luz del atardecer sus senos oscilaron como dos frutos cálidos.
Durante las obligadas esperas del trabajo, había ido él desgranando con disimulo ramos y coronas de los difuntos transportados aquel día, dejando la carroza funeraria convertida en un lecho de flores.
Ahora, en el retrovisor, mientras ascendían por las estrechas carreteras, la contempló allí tendida, desnuda toda ya, sonriente, bellísima, con sus largos cabellos esparcidos…, pero cuando llegaron a lo más alto vio con sorpresa que a ella se le mudaba el gesto y empezaba a gritar dando manotazos:
-¡Tábanos, hay tábanos! – se podía oír su zumbido oscuro y pegajoso.
De inmediato, paró el coche y se bajó con intención de abrir el portón trasero para liberarla, pero sólo pudo esbozar un ademán ridículo en el aire, pues se había olvidado de echar el freno de mano y el vehículo con ella dentro se le estaba yendo, se le había ido ya, de hecho, ladera abajo.
Y aunque corrió detrás para alcanzarla, apenas tuvo tiempo de ver tras el cristal su bello rostro aterrado y, después, al fondo del abismo de la noche, contra las rocas del acantilado, aquel estallido colosal de fuego y flores.
Carmela Greciet
1.933 – Retrovisor
Habíamos salido de vacaciones en dos coches, pues mi trabajo me obligaba a regresar a casa unos días antes. Viajaba primero yo, y unos metros más atrás, con los niños, venía Clara.
A medida que caía la noche, la autopista se había ido quedando en calma.
Escuchaba música en la radio cuando, surgido de la nada, apareció frente a mí el Kamikaze. Los ojos amarillos del Kamikaze.
Logré esquivarlo de un volantazo.
Miré hacia atrás sintiendo que yo era ya mi pasado, que el futuro estaba sucediendo a mis espaldas.
Carmela Greciet
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del vigía.2010
1.862 – Sirena en silla de ruedas
La sirena pidió a los servicios sociales que la llevaran con urgencia tierra adentro porque iba a surcar los mares el atractivo, astuto, fecundo en ardides, saqueador y felizmente casado Ulises. Algunos días de sol la llevan al parque de paseo y a veces se la puede ver con su hermoso pelo suelto, leyendo a Joyce junto al estanque. Lleva una mantita de cuadros sobre —la que dicen es— su majestuosa cola plateada, y ya nunca nunca canta.
Carmela Greciet
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1.848 – Cubo y pala
Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias…, y aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.
Llovió todo abril y todo mayo.
Carmela Greciet
Mar de Pirañas. Edición de Fernando Valls.Menoscuarto ediciones.2012
1.828 – Amores perifrásticos
— Subraye las perífrasis del texto, indique si son de obligación o devoción y adivine, por último, quién llama.
Me estoy enamorando de una mujer que no es la mía, pero no he de enamorarme, porque tengo que atender a mi propia esposa, a la que debo permanecer fiel, como así tengo jurado desde hace tantos años. No puedo evitar pensar en la otra y a veces creo que estoy a punto de cometer adulterio, pero voy a dejarme de tonterías y a empezar a cumplir con mi deber. Seguiré estando felizmente casado hasta que termine de vivir, como así vengo haciendo, como así acostumbro a hacer y como asimismo tengo pensando seguir haciendo siempre. Suele pasarme esto de enamorarme a destiempo —lo que viene a decir que me ocurre más a menudo de lo que debiera suceder—, pero siempre que comienzo a enamorarme de otra, la mía, que no acaba de acostumbrarse a ello, rompe a llorar y se pone a echarme en cara mis devaneos sin dejar de lamentarse, por lo que yo vuelvo a reconducir mi matrimonio una y otra vez. Así lo estoy llevando, peor o mejor, desde que me casé hace muchos años, porque así lo tengo decidido, como tantas veces he dejado dicho. Me lo ando repitiendo todo el día a mí mismo: «He de hacer lo que hay que hacer. No puedo enamorarme y punto». Y ahora debo interrumpir este relato porque lleva sonando sin cesar el teléfono desde su comienzo. Debe de ser ella. Ay.
Carmela Greciet
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1.821 – Cierta luz
Quise reconciliarme con Marga haciéndole el amor en la bañera, donde, como tantas veces, ella se había refugiado. La amé con dulzura y saña entre la bruma hasta que apagué mi furia y entonces reparé en la terrible quemazón del agua. Quise apoyarme en Marga para incorporarme, pero mis manos chapotearon en un líquido hirviente y denso sin conseguir encontrarla. Salí de la bañera de un salto, muy asustado, y empecé a llamarla, mientras, de rodillas, seguía tanteando, pero de nuevo mis dedos se hundieron en aquel caldo. Aún hubo de despejarse el vaho para que pudiera ver con claridad qué le había pasado: Marga se había deshecho, se había licuado en una sopa viscosa y algo rojiza en la que aún podían distinguirse los promontorios de sus senos y de sus rodillas y su largo pelo negro flotando a la deriva. Las órbitas de sus ojos, ya muy separadas, me miraron suplicantes y quise ayudarla. Sin embargo, cuando ya solo se distinguía de Marga nada más que su rostro descabalado, me pareció ver en él cierta luz, una semisonrisa triunfal, aunque distorsionada, que quizá tan solo fuera espejismo, pero que reavivó mi rabia, así que tiré del tapón y aquel líquido espeso que era Marga mezclada con mi semen se fue por la tubería girando trabajosamente en remolino. Marga.