Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador. ¿Veis? -dijo – Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Categoría: Marco Denevi
3.651 – Teoría sobre Barranca Yaco
Durante muchos años el capitán Santos Pérez esperó a Facundo Quiroga (cuando Quiroga era todavía un joven arrebatado) en Barranca Yaco. Pero Quiroga se cuidaba muy bien de pasar por allí. Lejos de Barranca Yaco cosechó un triunfo tras otro. La gloria y el poder lo envalentonaron. Terminó por creer que Barranca Yaco no existía, que era un sueño, una superstición, un mito creado por antiguos terrores juveniles ya vencidos. Desde entonces anduvo despreocupadamente por todas partes y, en una de esas, pasó (cuando ya contaba cuarenta y dos años) por Barranca Yaco y allí seguía esperándolo el capitán Santos Pérez con su partida de asesinos.
Marco Denevi
3.392 – Moral sexual de las mujeres de Tracia
3.116 – Tormento de un marido engañado
Palacio real de Tebas. Medianoche. Alcmena, desvelada, mira el cielo raso del dormitorio. Su marido, Anfitrión, anda lejos, guerreando con el enemigo de turno.
Lenta, silenciosa, la puerta se abre y aparece Anfitrión. Bien, no es Anfitrión, es Júpiter que ha tomado la figura de Anfitrión. En ayunas de la superchería, Alcmena se levanta, corre a abrazarlo.
—¡Has vuelto! Señal de que terminó la guerra.
—La guerra no terminó —dice él mientras se despoja del uniforme—. Me tomé unas horas de licencia para estar contigo. Pero al amanecer debo irme.
—¡Qué gentil eres! —gorjea Alcmena.
—Basta de conversación. Vayamos a la cama.
Júpiter es un dios, el más libertino de todos y el más sabio en cuestiones amatorias. Cuando a la madrugada se despide, Alcmena no lo saluda porque todavía boga, sonámbula, por el río de la voluptuosidad.
Se comprende que el verdadero Anfitrión, a su regreso, sufra: por más que se empeñe en complacer a Alcmena, ella tendrá el rostro siempre crispado en un rictus de nostalgia y de melancolía.
Cualquier otra mujer, en su lugar, se habría mostrado exigente y después desdeñosa, y recordando los esplendores de la noche jupiterina le habría gritado finalmente a Anfitrión: «Ya veo. Se te agotó pronto el vigor».
Pero Alcmena es una criatura delicada y honesta que hasta el fin de sus días atormentará a Anfitrión con aquel triste semblante de esposa defraudada.
Marco Denevi
2.949 – La verdad sobre Medusa Gorgona
Anterior a la escritura, el mito depende de la memoria de los hombres. Pero la memoria de los hombres es frágil y colma los agujeros del olvido con imposturas fantasiosas. Así es como Medusa, una especie de Cenicienta, terminó transformada en un monstruo. Mi paciente investigación le devolverá ahora sus verdaderos rasgos.
Eran tres hermanas, las Gorgonas. Dos de ellas, Esternis y Euríale, compensaban su irrebatible fealdad con un carácter perverso, disimulado tras una máscara benévola. Envidiosas de la belleza de Medusa, la menor, no le permitían salir a la calle porque, según propalaron por toda la ciudad, petrificaba a los hombres con sólo mirarlos en los ojos.
Algunas personas expresaron sus dudas. «Ah, no nos creen -gimoteó Euríale retorciéndose las manos-. Vengan a casa y se convencerán.» Sin que
Medusa se enterase, porque estaba ocupada barriendo, fregando y remendando, las dos malignas mostraban a los visitantes una estatua de piedra:
«¿Ven? Así quedó su último pretendiente». Y ponían un rostro compungido: «¡Se dan cuenta, qué desgracia nos ha caído encima!».
Una tarde Esternis y Euríale salieron a hacer compras y olvidaron cerrar la puerta con llave. La cuestión es que Medusa pudo, por primera vez,
asomarse y echar un vistazo a la calle. Inmediatamente la calle quedó desierta: todos habían huido a esconderse y a espiar por los intersticios
de puertas y ventanas o a través de cerraduras, de catalejos y de cristales ahumados. Admiraron la belleza de Medusa, pero el poder maléfico de sus ojos les infundía tal pánico que no se atrevieron ni a moverse.
Entonces, por uno de los extremos de la calle, avanzó Perseo, desnudo. Acababa de naufragar su navío y él venía a pedir socorro. Se maravilló de no ver a nadie, como si la ciudad estuviese deshabitada. Golpeó en una puerta y en otra, pero no le abrieron. Siguió caminando y llegó frente a la casa de las Gorgonas. Se detuvo. Los que espiaban se estremecieron, pensaron: «Pobre joven, tan guapo y se convertirá en piedra».
Reconstruyamos la escena: Medusa, sentada en el umbral; Perseo, de pie, desnudo. Ella es hermosísima y púdica; él es apuesto y ardiente. Ambos son jóvenes. Ella no se atreve a alzar los párpados. Él se esponja en las dilataciones del amor. Ella, adivinando que algo sucede, mira por fin los pies de Perseo, las pantorrillas musculosas, los muslos estupendos. Los que espían tiemblan: «Un poco más -se dicen- y ese buen mozo será granito». Pues bien: Medusa levanta un poco más la mirada y la petrificación ocurre.
Perseo se quedó diez años a vivir en casa de las Gorgonas. Para felicidad de Medusa y desdicha de sus dos hermanas, durante aquellos diez años él anduvo con el miembro viril hecho piedra dura y no había forma de que se le ablandase. De esta portentosa demostración de amor conyugal derivó la mala fama de Medusa que ha llegado hasta nuestros días.
Marco Denevi
Después de Troya. Ed. Menoscuarto – 2015
2.930 – El falo mágico
Psique, una púdica joven de dieciséis años, fue obligada por sus progenitores a casarse con Heros, un viejo impotente aunque muy rico. Para disimular su desfallecimiento de verga, Heros usaba un falo artificial que le había construido la maga Calipigia a cambio de una gruesa suma de dinero. Como la alcoba matrimonial, por orden del anciano, permanecía siempre a oscuras, Psique jamás se enteró del ardid. Parecía satisfecha y redoblaba con su esposo los transportes de la pasión. Cuando quedó embarazada, Heros debió tragarse la ira, pero no podía ocultar un semblante sombrío cada vez que lo felicitaban por su tardía paternidad. La maga Calipigia lo llevó a un aparte y le dijo: «¿Por qué pone esa cara?
¿Quiere que la gente murmure? Vamos, quítese de la cabeza la idea de que Psique lo ha engañado con otro hombre. Lo que ocurre es que el falo que le vendí posee, entre otras virtudes, la facultad de la procreación. No se lo dije antes de estar segura de que Psique era fértil. Ahora que lo sé se lo digo. Entre nosotros ¿no merezco alguna recompensa adicional?». Y lo miró con expresión severa. Heros recobró o hizo como que recobraba el buen ánimo y volvió a entregarle a Calipigia una considerable suma de dinero. Tan mágico era aquel falo que Psique tuvo siete hijos: dos morenos, dos rubios y tres pelirrojos.
Marco Denevi
Después de Troya. Ed. Menoscuarto – 2015
2.814 – Amistades peligrosas
2.747 – Sobre los celos
Desdémona se hace la ofendida, llora, patalea, pero no le pregunta a Otelo por qué está celoso. Se me dirá que para permitirle a Shakespeare los cinco actos de una tragedia. No voy a examinar un argumento tan pueril. La razón de la extraña conducta de Desdémona es otra. Se siente halagada por los celos de su marido y de algún modo se los estimula. Sabiéndose inocente, está segura de que no le ocurrirá nada malo. Toda mujer, aún la más fiel, aspira a excitar los celos del hombre que la ama: esa es, la señal de su propio valor. El hombre, pues, debe mostrarse discretamente celoso, pero sin caer en la trampa en la que cayó Otelo.
Marco Denevi
Falsificaciones. Thule ediciones S.L. 2006
2.323 – La verdad sobre el canario
En estado salvaje era verde y no cantaba. Domesticado, preso en una jaula, se ha vuelto amarillo y gorjea como una soprano.
Que alguien atribuya esos cambios a la melancolía del encierro y a la nostalgia de la libertad. ¡Mentira!
Yo sé que el muy cobarde antes era verde y mudo para que no lo descubrieran entre el follaje, y ahora es amarillo para confundirse con las paredes y los barrotes de oro de la jaula. Y canta porque así se conquista la simpatía cómplice del patrón.
Lo sé yo, el Gato.
Marco Denevi
La otra mirada – Antología del relato hispánico. – Menoscuarto Ediciones 2005
2.247 – Peligro de las excepciones
Sentado en el umbral de mi casa, vi pasar a Lázaro, todavía con el sudario puesto en medio de una multitud que lo aclamaba. Después que la muchedumbre se alejó, vi pasar a un joven en ligero estado de putrefacción. Después, a una mujer embalsamada. Tras la mujer pasó un esqueleto pelado aunque con anillos en las falanges. Al ver que se aproximaba un hombre sin cabeza pregunté qué significaba todo aquel desfile. Si bien el hombre no tenía cabeza le pregunté qué significaba todo aquel desfile. Si bien el hombre no tenía cabeza me contestó muy atento:»Cuando suspendieron momentáneamente la ley para que Lázaro saliera, nosotros aprovechamos la suspensión y salimos también. Somos muchos. Mire». Miré y vi que por el camino avanzaba la columna de los resucitados La atmósfera se había vuelto irrespirable.