Me desesperaba que apareciera por casa cuando le daba a ella la gana, sin avisar; así, claro, siempre me cogía desprevenido. Hace apenas unos días descorrió la cortina de la ducha mientras me estaba jabonando, pero al intentar retenerla me sacó burlona la lengua y se escapó; en otra ocasión me pilló friendo unas croquetas y cuando fui a ver qué quería, casi se quedan pegadas a la sartén; anteayer se plantó a mi lado en la ventana mientras tendía la colada y por su culpa se me cayó al patio un calcetín. Muchas noches incluso me he quedado dormido en esta silla frente a la pantalla encendida del ordenador, esperándola. Qué duros estos destierros.
Pero hoy por la tarde me pareció oír un ruido en el pasillo: era ella, que se acercaba de puntillas a mi habitación. Entonces aguardé paciente a que entrara, aporreé con saña el teclado y por fin pude atraparla.
El caso es que ahora, que son ya las cuatro de la madrugada y llevo escritas varias páginas de mi novela, no me atrevo ni a levantarme para ir al baño. No sea que se escabulla otra vez.
Categoría: Susana Revuelta
2.143 – El grupo
Había escrito cien veces «te quiero». Fue en aquel campamento de verano, junto a la playa. Intentaba siempre tumbarme cerca de Sonia y sus amigas; entonces, dibujaba corazones en la arena, le regalaba las conchas más bonitas que encontraba en la orilla y cargaba con su mochila rosa cuando regresábamos para la cena. La noche de la despedida estuvimos cantando alrededor de la hoguera, hasta que las chicas me invitaron a acompañarlas a las dunas; allí me cortaron las trenzas y me llenaron la boca de algas, mientras coreaban ¡marimacho, marimacho!
Cabizbaja y con los ojos cubiertos de lágrimas, Sonia era la que más fuerte gritaba.