La mujer volvió a casa del trabajo. Mientras subía las escaleras oía venir del piso aquel vozarrón. Por su nariz avanzaba descarado el olor predecible de comida recalentada. Una música de compacto rayado se arrastraba cansina hasta alcanzar sus orejas. El ladrido lastimero del perro que encontraron juntos. Le pareció una jornada como las otras. Reincidente, sospechada.
Dio media vuelta y se apresuró a bajar los peldaños, por última vez. Pensó que lo único que tenía que perder era la ropa interior, que se quedaría deshilachada en los cajones de la cómoda. Y que era tiempo de comprarse otra nueva.
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2.324 – 1
El azúcar era la sal. Al gato le decía araña y atendía los requerimientos del abuelo sólo cuando le llamaba nube. Con él hablaba ese idioma y así se entendían. En una helada, el anciano tropezó y falleció sin que estuviera previsto. Óscar lloró a boca abierta la gran pérdida y no había consuelo. Pasó como una pelota de unas manos a otras y acabaron llevándolo a un orfanato. Allí le quisieron enseñar. Los números, las letras y las palabras. Como nadie compartía su lengua se parapetó en un silencio inaccesible. Si respondía era con gestos. En sus paseos al campo se dirigía a los gorriones y comunicaba a su manera con las martas.
Al centro llegó una niña pelona y desdentada. La sentaron a su lado en la clase. Le regaló plumas, hojas del otoño y le prestó su colección de caracolas de mar. Óscar las acercaba a su oído y pasaba horas escuchando el sonido de las olas. El día que ella le preguntó su nombre él puso su dedo índice encima de un cumulonimbo. La nena sonrió y después de unos segundos contestó que a ella, aunque pareciera una estrella, podía llamarla luna.
Mei Morán
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2.276 – Despertares
Todos a una. Enfrente de la pared mojada.
A ver quién más alto, a ver cuál más largo. Juntos y revueltos.
Las patadas al balón: con mucha enjundia.
Después, sudando a mares y, con el cuerpo chorreando,a comprarse un helado. En pandilla.
El tendero que les persigue porque alguno no ha pagado.
Dejan en el camino risas o la voz varonil de uno que ya ha cambiado el timbre.
Se acercan las chicas. La cuadrilla se gira a explorar escotes profundos y cinturas entalladas.
Él, entre los demás se sabe distinto y aunque disimula, solo tiene ojos para ellos.
Mei Morán
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2.271 – Ida
El padre colgó pensativo el teléfono. Después de la llamada, a ella no le quedaban dudas. Era la elegida. Eufórica, ultimó los preparativos. El planeta Trántor la había invitado con honores a la conferencia intergaláctica. Dispuso meticulosa los efectos que llevaría consigo. Depositó en la maleta las aletas para nadar bajo la ducha y los patines para rodar entre satélites. Saludó a los robots que llegaron a buscarla. La introdujeron en la ambulancia. Tras un convulso enfrentamiento le pusieron la camisa de fuerza. La madre lloraba, las vecinas cuchicheaban. Decían que la situación ya hacía tiempo que se veía venir.
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2.198 – Ortodrómica
La distancia más corta entre dos puntos es el olvido. El primero lo envolvió en lino. La segunda acurrucada en un moisés de mimbre. Con nombre, sin apellido. Solo unas calles más abajo, depositados frente a la iglesia.
Y luego, casi siempre la vida en paréntesis. ¿Será este de la corbata? ¿O esa mujer que se da prisa para ir a una reunión importante? ¿O aquellos dos que caminan juntos sonrientes y confiados, tan unidos?
Ellos extraviaron en su memoria aquellas sus primeras caricias.
Acallaron la cadencia de su voz. Borraron el camino, perdieron la pista. Desaprendieron que fueron hijos.
Mei Morán
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2.163 – Infiltrados
No estaba muy fina, la resaca me tenía sitiada. Me tomé varios zumos de naranja y dos aspirinas. Había puesto la radio por estar acompañada. Pero descubrí unas voces, que provenían de la salita. Parecían muy reales. Arrellanado en el sofá del salón discutía con naturalidad el grupo que había estado oyendo en el programa. Los personajes que entrevistaban empezaron a moverse a su antojo en el comedor, también los nenes de la publicidad de refrescos. Asustada apagué el receptor. Cesó así el tráfico de gente pero a los que habían tomado asiento nunca más pude echarles de casa.