La herida

angel guache A los ochenta años, casi al final de su vida (se iría a los ochenta y tres), mi padre conoció al individuo que le había pegado un tiro en el último año de la guerra. Disparo que estuvo a punto de enviarlo al otro mundo antes de tiempo. Era un catalán que estaba de paso. Se tomaron juntos unos vinos y al hablar sobre la guerra, a la que ambos habían ido adolescentes, descubrieron que habían combatido en los mismos lugares del frente del Ebro. Cuando mi padre empezó a describir dónde y cómo le habían pegado un tiro, el catalán continuó con el relato pormenorizadamente. Reconoció que después de pegarle el tiro, siguió disparando a todo aquel que intentara acercarse a auxiliarlo. Mi padre no se desangró gracias a que tuvo la feliz idea de atarse la pierna con el cinturón. Después de esperar en campo abierto toda la tarde, al llegar la noche, ya semiinconsciente, se le acercó un compañero que consiguió arrastrarlo hasta su zona. Luego se sucedieron años de hospital y, cuando llegó a la casa familiar, se encontró con que su madre, a quien tanto quería, había muerto. Aquel tiro, al final de la guerra, había cambiado su vida. Y ahora tenía ante él al responsable. Mi padre y el catalán del disparo se lo pasaron maravillosamente recordando aquellos terribles años. Brindaron, bebieron, se emborracharon, hablaron interminablemente y se hicieron amigos. Mi padre volvió a casa entusiasmado: había rescatado unos años de su juventud.

Ángel Guache

Maniquí

angel guacheLas dependientas la llamaban Patricia y era maniquí en uno de los escaparates de un comercio familiar. Yo iba a verla varias veces al día. Me parecía la más bella, siempre sonriente y delicada. Los focos la iluminaban como a una rosa de coral en un acuario. A mis diez años, os juro, amigos, que la amé. Con un amor platónico y desesperado a un tiempo. Hasta que un día vi cómo la desvestían y la desmontaban, le quitaban los brazos para cambiarle la ropa. A partir de aquel día ingrato, empecé a amar a las niñas de mi edad.
Hoy la vi en un almacén trastero, en los fondos de aquel comercio familiar, entre otros maniquíes rotos, cajas de ropa vieja, alfombras raídas, frascos de añejos perfumes, polvorientos juguetes pasados de moda, bicicletas oxidadas y numerosos cachivaches atacados por el tiempo. Habían pasado cuarenta años, se dice pronto: cuarenta años, estaba rota y sin peluca ni brazos. Y era la viva imagen del tiempo que huye y todo lo destroza, incluidos los sueños.

Ángel Guache

Me muerden los relojes

angel guache2Me muerden los relojes. Lucho contra ellos con los pinceles, con un libro… Les atizo con la escoba, con una sartén, con un jamón de pata blanca… Los persigo con un cazamariposas, les lanzo flechas, los trato de insertar en un pincho moruno. Me muerden los relojes. Me pongo una armadura, me visto de buzo y bajo al fondo del mar. Me muerden los relojes. Son animales invencibles. Su tictac es cada vez más rápido, más ensordecedor. Han ganado la batalla a algunos de los seres que más amé. Nada puedo hacer contra ellos. Me muerden los relojes, me clavan sus afilados dientes, me tragan, me devoran.

Ángel Guache

Reparto de papeles

angel guache-Pon la otra mejilla… y sin rechistar, ¿eh? A ver si aprendes a encajar los golpes -le dijo el regordete de Carlos Luis, mientras expulsaba el humo de su cigarro puro, asumiendo orgulloso que representaba a la patronal, a su hermano gemelo Mariano, esquelético de tan mal alimentado, a quien, en el reparto, le habían asignado el papel de miembro de la masa asalariada.

Ángel Guache