Estoy en mi cama, se me aparecen unas serpientes emplumadas, me enrollan las piernas; mis ojos se vuelven espejos, mis labios lodo, mi sudor sangre, mi cuerpo huele a conquista y descubro que no tengo ojos, pero sueño.
Los detectives contaban con todo para hacerse llamar así. Tenían entre sus expedientes una víctima, un móvil del crimen y un sospechoso, pero no contaban con la infidelidad del tiempo quien había hecho a un asesino serial.