En el centro de la ciudad se levanta una estatua que cambia de forma. Por las noches representa a Diana, en el día asume la figura de Apolo. Si viste los atributos de Marte anuncia la guerra —tan claro y obvio es su simbolismo—. Nadie se atreve a contemplarla más de un segundo, pues si ve en ella la imagen de Thánatos sabe que en pocas horas encontrará la muerte.
Quizá la estatua sólo existe en la imaginación de quienes creen verla. Pero hay fotografías de sus innumerables mutaciones. En otros tiempos hubo incluso quienes osaron tocarla y, antes de morir, nos legaron su testimonio. Sea como fuere la estatua plural obsesiona a los habitantes de la ciudad. El rey quiso demolerla. El Concejo de Ancianos vetó la orden ya que, de acuerdo con la leyenda, cuando la estatua sea destruida se va a acabar el mundo.
Categoría: José Emilio Pacheco
2.896 – Orillas del Escamandro
Atravesaron en hondas naves el mar. Desembarcaron a orillas del Escamandro y durante diez años mantuvieron el sitio de la ciudad. Tras miles de combates y muertes penetraron en Troya mediante un ardid y la tomaron a sangre y fuego. Buscaron por todas partes a Helena. Al no encontrarla comprendieron que la causante de la guerra sólo había existido en la imaginación de un poeta ciego.
José Emilio Pacheco
Después de Troya. Ed. Menoscuarto.2015
2.797 – Las metamorfosis
Pigmalión, gran escultor de Chipre, creó una estatua más bella que todas las mujeres y todas las obras de arte. La llamó Galatea. Apasionado, la besaba y acariciaba. Galatea no respondía a su creador. En su desesperación Pigmalión rogó a Venus que le diera vida a la estatua. Galatea al fin cedió a sus caricias. Durante unos meses todo fue pasión y placer. Luego empezó la discordia. Llegaron los celos, el egoísmo, los rencores. Pigmalión y Galatea acabaron por separarse. Ahora se odian y cuando se encuentran en algún lado no se dirigen la palabra.
José Emilio Pacheco
Después de troya.(Edición de Antonio Serrano Cueto). Menoscuarto Ediciones. 2015
1.267 – En un lugar de La Mancha
Lo cual me recuerda —dijo un tercero— la historia de aquel porquerizo en un lugar de La Mancha. Había aprendido a leer y mitigaba el tedio de la aldea repasando viejas novelas. A fuerza de rehacer en la imaginación sueños ajenos acabó por creerse un caballero andante que iba de un lado a otro de la España corrompida por el oro de Indias.
El porquerizo escribió su delirio como pudo. Había conocido gracias a su trabajo a un recolector de provisiones para la Armada Invencible. Al saber que Cervantes se hallaba preso, le regaló su manuscrito. Si lo encontraba digno de la imprenta quizá al dejar la cárcel podría comer gracias al libro. Sentía afecto por el viejo que en años lejanos había intentado ser poeta, novelista, dramaturgo. Cervantes entretuvo las horas de su prisión reescribiendo los papeles de su amigo. Sancho Panza murió en 1599, sin recordar su obra ni al prisionero. Siete años después Cervantes publicó al fin la novela. Noble y honrado como era, la atribuyó a un inexistente historiador árabe, Cide Hamete Benengeli, y dio el nombre de Sancho al escudero del Quijote.
José Emilio Pacheco
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010
1.234 – Relato de Eustolia
Me llamo Eustolia Valencia. Vine a Chicago cuando tenía dos años. Ahora acabo de cumplir diecisiete. Mi papá dejó a mi mamá. Luego ella murió y me adoptaron unos parientes suyos. Así que tuve una hermana, tres hermanos y otra mamá. Su esposo también la había abandonado. El hermano más grande me violó cuando yo tenía nueve años. Los otros también me usaron. Me daban dulces y centavitos y me decían que iban a matarme si lo contaba.
Entonces una prima que andaba por los doce años me dijo que me fuera con ella a trabajar de puta para que no me maltrataran (yo hacía todo el quehacer y nunca me mandaron a la escuela). Una noche me escapé. Mi prima Gloria me presentó a un señor llamado Mike: blanco él, pelirrojo, de unos cuarenta años. Mike me enseñó muchas cosas, comenzando por la droga. Me puso a trabajar en las calles. Aprendí a contar el dinero y un poquito de inglés. Yo hacía hasta cien dólares por semana porque entonces estaba muy bonita. Casi todo era para Mike. Si no juntaba esa cantidad me pegaba bien fuerte. Creo que se hizo rico pues tenía unas quince niñas trabajando. Las grandes no le interesaban. Se supone que estaba de acuerdo con la policía porque siempre que me agarraron luego me dejaron salir para ponerme bajo custodia de ¿quién cree?: del mismo Mike.
Pero él como se asustó y nos concentró en una casa cerca de Hyde Park. Mejoró la clientela y empezamos a cobrar más caro. Iban puros señores grandes, bien vestidos: doctores, abogados, comerciantes. A veces eran tantos en una sola noche que yo no quería seguir trabajando. Entonces Mike me pegaba con los puños y el cinturón. Una vez me dio coraje y me fugué. Ya andaba entonces por los catorce. Fui a mi casa y le dije a mi madrastra lo que era mi vida, por qué me escape y cómo mis dizque hermanos tenían la culpa de que yo fuera puta. Se enojó muchísimo. No me creyó una palabra y me sacó a empujones.
Junté dinero trabajando sola en los muelles. Estuve en un bar y hasta salí en algunas películas de esas. De repente ya no hubo modo de ganarme la vida porque andaba con mi panzota de seis meses. Nadie me enseñó a tomar precauciones. Un señor me dio unos folletos pero no sé leer. Creo que fue la droga o la sífilis o el castigo de Dios por andar en esto. Pero mi niño nació malo. Pobrecito. No iba a dejarlo sufrir. Él qué culpa tenía de todo. Era inocente. Por eso lo maté con la Gillete y luego me abrí las venas, aquí en los brazos y en el cuello: vea usted las cicatrices.
Nos encontraron los dos en un charco de sangre. Yo me salvé. Mi hijito no, por fortuna. Y ahora me sacan en los periódicos como ejemplo de lo que son los mexicanos y me tienen aquí en la cárcel, a lo mejor para toda la vida. Por lo pronto aún no me sentencian.
José Emilio Pacheco
Velas al viento. Los microrreelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010
Tienes suerte
Bueno, pues tienes suerte, pelón: sólo por el niño que va a nacer te doy la oportunidad de arrepentirte. Capitán, a éste no me lo fusilan, nomás me le cortan la lengua y las orejas.