La amistad entre el recluso y el gendarme creció como una yerba silvestre, sin que ninguno hiciera el menor esfuerzo por estimularla. Se hizo grande abriéndose paso entre la hosquedad y el maltrato y sobrevivió a los temporales de odio incontenible que muchas veces los empujaban al uno contra el otro. Los remansos de paz y las conversaciones entrecortadas estimularon una relación casi infantil, animada por bromas y el tallado de troncos que cortaban del bosque de la prisión, e inventaron algunos juegos de azar y llegaron a intercambiar recuerdos de viejas añoranzas y de amores muertos. Pero el recluso nunca dijo una sola palabra de las razones por las cuales él estaba ahí, en esa cárcel llena de mosquitos y cercada por ríos de peces carnívoros y alambres de púas. Tan sólo el gendarme llegó a contarle varias veces que por caer en desgracia frente a un jefe abusivo me mandaron a hacer servicio en este lugar. Y sentían que aquel afecto les traía un poco de alivio a esa vida de aislamiento y de miseria. Hasta que el recluso le dijo al gendarme: si no te lo he dicho antes, te lo digo ahora, y no me preguntes nada ni creas que estoy loco, pero si eres mi amigo te pido que me dispares los tiros que se te antojen, con tal de que te asegures de que me he quedado bien muerto. Y lo animó incluso a que simularan una fuga, para que así te sea más fácil. Pero el gendarme se negó sin alternativa alguna, y entonces el recluso le acusó de cobarde, de verdugo frustrado, de hijo de puta y le escupió la cara, y el gendarme le respondió con un culatazo de su fusil, y la amistad entre los dos hombres se partió como de un hachazo, y les brotó para siempre un rencor imborrable, borrascoso, denso como el calor sofocante de esa maldita estancia.
Categoría: Jorge Díaz Herrera
3.538 – Lección extraprogramática
Los niños vieron a los policías en la puerta del aula y al profesor haciéndoles señas para que se esperaran un momento y lo dejaran terminar de decir lo que estaba diciendo. Pero los policías entraron y se lo llevaron. Y los niños asustados fueron a la señorita Aurora: no deje que se lo lleven. Y la señorita Aurora indicándoles con las manos que se apaciguaran, y asiento, asiento, que si yo intento hacer algo me llevan a mí también y ustedes se quedarán sin saber lo que les voy a decir. Y contó apresurada la historia inmemorial de los que luchan por el bien de todos y, apuntando discretamente con los ojos al profesor del aula del fondo que llegó hasta la puerta, se saltó al tema del descubrimiento de América, y los niños, con el corazón heroico, la vieron buenísima y enorme y le pidieron que también les hablara del viaje a la luna.
Jorge Díaz Herrera
Más por menos. Sial Ediciones.2011
3.526 – Los muñecos de don Sebastián
Don Sebastián dejó la adobería y se dedicó de lleno a los muñecos de papel amasado con agua de yeso. Porque yo siempre quise ser artista y así me parece que lo estoy logrando. Y tuvo éxito en las competencias y en las ferias de artesanía, y pronto resultaron llegando muchos forasteros al pueblo para comprarle algún muñeco suyo. Pero la mala suerte no se hizo esperar, y pienso que tal vez hubiese sido mejor quedarme representando personas de mi pensamiento en lugar de gente de carne y hueso: y primero fue la coja Manuela, quien se murió al poco tiempo de cólico miserere, y después la pobre doña Emilia, que se quebró varios huesos cayéndose en un pozo, y luego los hermanos Chanduví, el mayor y el último, a quienes los mató la bubónica. Y me culparon no sólo de ésas sino también de otras desgracias. Y casi todo el pueblo fue hasta su puerta para gritarle: si dices que son puras casualidades y tus muñecos no son de mal agüero, por qué no la representas a tu mujer y por qué no te representas a ti mismo. Y don Sebastián no se amedrentó y salió a responderles: ya están grandes para creer en zonceras, y mañana mismo les mostraré mi figura y la figura de mi mujer en cuerpo entero. Y ellos se fueron: y mañana volvemos. Y don Sebastián amasó una buena cantidad de papel con agua de yeso y la puso sobre la mesa de trabajo para moldearla e hizo dos montones y le dijo a su mujer: uno para que sea yo y el otro para que seas tú. Y cuando ya estaban hechos los cuerpos y les iba a moldear las caras, se quedó pensando largo rato y movió la cabeza de uno a otro lado varias veces y aplastó los dos cuerpos contra la mesa porque ¿y si la cojudez resulta ser cierta? Y le dijo a su mujer: mejor envolvamos nuestras cosas. Y, aprovechando la noche, se fueron del pueblo para no volver.
Jorge Díaz Herrera
Más por menos. Sial Ediciones.2011
3.487 – Una sola vez capan al gato
El torturador lo sujetó del brazo para que las piernas no se le doblaran y el muchacho pudiera salir sobre sus propios pies del cuarto de los interrogatorios. Luego el muchacho quedó tendido en la banca de la prevención pensando en las caras de brazos remangados soltando golpe tras golpe y ahora nos dices todo lo que sabes y te vas tranquilo, y les juro que no sé nada, que yo nunca me he metido en política. Y respondía así, no porque pretendiera ocultar ningún secreto, sino sencillamente porque ésa era la verdad, de ahí que ni siquiera intentara esconderse cuando la guardia de asalto entró a la Universidad y se lo llevó junto con los otros, pese a que él dijera yo no tengo nada que ver, éstos son mis libros. Y después el dolor de la tortura como una marca para toda la vida. Y ya libre, otra vez en la Universidad, y recibiendo el abrazo de los amigos y aceptando inscribirse en el grupo más recalcitrante, pensando que una sola vez capan al gato, y si esto lo hubiera hecho antes no me habrían dado los golpes que me dieron, porque ahí sí habría tenido qué responderles cuando me interrogaban.