Serán aquellas que escucharemos o leeremos poco antes de morir, poco antes de convertirnos, también nosotros, en una mala noticia.
Categoría: Orlando Van Bredam
2.255 – Olvido
Lo terrible sucede una mañana de éstas. Usted sale de su casa y olvida la cara en el espejo. Anda todo el día sin saberlo. Es decir, que nadie se lo dice. Nadie le reprocha tanta lisura, esa página neutra en lugar del rostro.
En realidad, usted piensa que nadie lo mira ni lo ha mirado nunca, preocupados como están los demás por sus propias arrugas. Pero no es así. Ellos murmuran. Y el murmullo crece como una música indeseable. En voz baja, con guiños cómplices y esquelas anónimas que cruzan la oficina, conspiran contra usted.
Tampoco sus vecinos o su mujer o sus hijos que señalan el olvido. Nadie parece advertirlo.Tampoco usted, lógicamente, que al mirarse nuevamente en el espejo, recupera su cara perdida
Orlando Van Bredam
2.248 – Fábula de artistas
Lo cierto es que el gato, con mucha paciencia, aprendió a ladrar. Ladraba con fuerza, con eficacia de perro adulto. Tanto ladró que se olvidó de sus maullidos. Entonces, las opiniones se dividieron entre quienes sostenían que se trataba de un gato falso y quienes, por el contrario, aseguraban que era un perro apócrifo. Nadie tenía en cuenta su virtuosismo, el estudiado empeño que exhibía cada vez que quería soltar un ladrido. Lo peor, sobrevino cuando los demás gatos lo tildaron de traidor, cobarde, obsecuente, cipayo, etc. El mismo rechazo obtuvo de los perros, para quienes era un vulgar imitador, un alcahuete, un arribista, un desarraigado, etc.
Con pesadumbre de artista postergado y vagando sin sentido, el gato llegó un día hasta mi casa. Poco nos bastó para comprendernos. Y decidimos vivir juntos, aunque ustedes no lo crean. Le conté mi drama: nadie quiere saber nada con un perro fino, delicado, que sólo emite maullidos de gato.
Orlando van Bredam
La vida te cambia los planes, 1994
1.417 – Preocupación
1.338 – Derecho
939 – Secta literaria
Nos reunimos secretamente los jueves por la noche. Encendemos cuatro velas negras, descorchamos el vino del ritual y como en una letanía leemos nuestros versos. La ceremonia alcanza su mejor momento cuando todos a la vez hundimos el cuchillo en el mismo poema ajeno. Aplastamos cada una de sus palabras con ferocidad, como si se tratara de infames termitas capaces de devorar nuestra gloria de aldea.
A veces, no siempre, también sacrificamos a algún poeta. Con su sangre regamos nuestro altar. Hacia el amanecer, limpiamos la zona sagrada. No dejamos un solo rastro. Pero no es fácil: el poeta se empecina en sonreírnos, tres días más tarde, desde las páginas del Suplemento Literario.
Orlando Van Bredam
El límite de la palabra. Ed. de Laura Pollastri. Editorial Menoscuarto 2007
Cayó el muro
Orlando Van Bredam