1.533 – Día de la diversidad cultural

eduardo galeano32 En 1906, un pigmeo cazado en la selva del Congo llegó al zoológico del Bronx, en Nueva York.
Fue llamado Ota Benga, y fue exhibido al público, en una jaula, junto con un orangután y cuatro chimpancés. Los expertos explicaban al público que este humanoide podía ser el eslabón perdido, y para confirmar esa sospecha lo mostraban jugando con sus hermanos peludos.
Algún tiempo después, el pigmeo fue rescatado por la caridad cristiana.
Se hizo lo que se pudo, pero no hubo manera. Ota Benga se negaba a ser salvado. No hablaba, en la mesa rompía los platos, golpeaba a quien quisiera tocarlo, era incapaz de realizar ningún trabajo, se quedaba mudo en el coro de la iglesia y mordía a quien quisiera fotografiarse con él.
Al fin del invierno de 1916, tras diez años de domesticación, Ota Benga se sentó frente al fuego, se desnudó, quemó la ropa que le obligaban a vestir y apuntó al corazón la pistola que había robado.

Eduardo Galeano
Los hijos de los días – Siglo XXI – 2012

1.526 – Abdel el de los barcos

2003 Sundance Film Festival - "Mondays in the Sun" - Portraits Le llaman el de los barcos, aunque vive en el desierto.
Sentado a la puerta de su jaima, con un té en la mano, Abdel cuenta su historia a todo el que quiera escucharla.
Siendo muy joven, sus padres le enviaron al extranjero a hacer sus estudios universitarios. Cuando regresó, Abdel era ingeniero naval, pero su país había perdido el mar. Se lo quedó Marruecos, aprovechando la salida de España de su colonia, que confinó al pueblo saharaui al interior del desierto.
Desde entonces todos le llaman Abdel el de los barcos, porque sabe cómo hacerlos, pero vive en el desierto.
Sentado a la puerta de su jaima, con un té en la mano, Abdel entorna a veces los ojos y en el horizonte infinito de arena, entre las dunas, ve alejarse la silueta de los barcos que nunca hizo, sus bodegas llenas de los sueños no cumplidos de su pueblo.

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

1.512 – La pasión del híbrido

rafael perez estrada Su madre había sido una cebra, y él hacía todo lo posible por disimularlo. Generalmente se colocaba allí donde la luz juega a hacer paralelas con las sombras. También, como conviene a los híbridos de cebra y hombre, sus trajes eran rayados, y sus palabras. A veces, si nadie lo veía, retozaba en el parque. Le gustaba sentir la proximidad de la yerba, la humedad siempre amanecida de los pastos. Y cuando llegaban las amables muchachas que suelen traer los días felices, también él las miraba con codicia. Alguna vez -decía- tendré una muchacha para mí solo. Pero al decirlo, pensaba en la grácil armonía de las cebras y, aun confuso, se sentía feliz.

 Rafael Pérez Estrada
Los amores prohibidos.  1995

1.505 – Munición

ana maria shua El creador del truco o disciplina del hombre-bala fue un militar italiano de apellido Farini. En realidad, los hombres-bala no son impulsados por una explosión de pólvora, sino por un resorte que activa un mecanismo de fuerza hidráulica o de aire comprimido. La pólvora se usa en el circo para provocar efectos auditivos, olfativos y visuales. El primer hombre-bala fue una jovencita de catorce años, disparada en 1877.
A diferencia de las balas comunes, los hombres-bala no son descartables y pueden usarse una y otra vez. Por eso, aunque necesiten mantenimiento, se los recomienda con frecuencia como munición.

Ana María Shua
Fenómenos de circo. Ed. Páginas de espuma. 2011

1.498 – Escribir a máquina

millas23 Hace años cultivé el método ciego de escritura a máquina, y aunque nunca logré teclear más de dos palabras seguidas sin cometer un error, conseguí llegar con los ojos cerrados hasta la cocina y regresar sin un solo tropiezo. No aprendí a escribir, pero practiqué la invidencia con resultados notables. En los hoteles, por las noches, no necesito encender la luz para llegar hasta el cuarto de baño, y por mi casa me muevo a oscuras sin problemas, lo que, siendo bueno para mi fotofobia, no resolvió mis problemas con la mecanografía. Quizá por eso durante mucho tiempo me manejé con bolígrafos de punta fina que se adaptaban perfectamente al ritmo de mi pensamiento. Los días en que amanecía torpe, la bola de tinta discurría a trompicones, como si fuera obligada a rodar por una superficie irregular. Pero cuando mi capacidad asociativa estaba a pleno rendimiento, la punta del bolígrafo se deslizaba a lo ancho de la cuartilla como un patinador de un extremo a otro de la pista de hielo.
Escribí así varias novelas que luego me pasaba a máquina un mecanógrafo profesional, de manera que no lamenté mi torpeza con las teclas hasta que empecé a trabajar para la prensa. Los periódicos son un medio rápido; no puedes escribir a mano para pasarlo luego a máquina si quieres entregar el artículo antes de que cierren la edición. Así que adquirí un ordenador, que me pareció un medio más caliente que la máquina, y comencé a practicar renunciando desde el principio al método ciego: si mirando las teclas tengo dificultad para acertar en el blanco, con los ojos cerrados el desastre está garantizado.
Poco a poco fui ganando velocidad, incluso ganándome la vida. Pero de vez en cuando regresaba al bolígrafo con el sentimiento de regresar a casa. Y no es sólo porque éste eyacule las palabras en lugar de escupirlas, lo que le da una connotación sexual muy querida a la escritura, sino porque la mano derecha, que es la que trabaja, se entera de todo, mientras que con el ordenador, al realizar la faena a medias con la izquierda, sólo se entera de la mitad. Escribe a ciegas, que no es lo mismo que hacerlo por el método ciego, y eso siempre desasosiega. O desasociega quizá; la cuestión es que cansa. Si no me entienden, otro día se lo explico a ustedes a bolígrafo.

Juan José Millás
La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico. Ed. Menoscuarto. 2005

1.491 – El dragón

ana maria shua El problema es que el dragón no sabe hacer nada. Está demasiado viejo para volar y logra apenas un patético revoloteo de gallina. Aunque un par de columnas de humo se elevan débilmente de sus narinas escamosas, ya no es capaz de expeler su fuego vengador. Es interesante, dice el director, muy interesante, pero más apropiado para un zoológico que para un circo. Embalsamado, en su momento, podrá vendérselo por una buena suma a cualquier museo.
Y el dueño; o tal vez el representante del dragón, se va del circo desalentado, arrastrando su troupe de especies aladas, un grifo de mirada cansina, una familia de vampiros vegetarianos, un exángel que exhibe torpemente los muñones de sus alas mutiladas.

Ana María Shua
Fenómenos de circo. Ed. Páginas de espuma. 2011

1.484 – La mujer

francisco silvera -¿Qué te pasa? —preguntó el hombre.
Ella le miró con media sonrisa. Entonces se sintió mayor; ya no era aquella muchacha de piel fina, caderas huesudas y pecho enhiesto. De pronto sintió su rechazo, no le gustaba, lo sabía, lo sentía, nada era igual. Y se acordó de la primera mujer de su marido; la dejó por ella, por otra más joven… y ahora ella misma era la mayor, y eso le llevaba a pensar: “Qué más le da otra o yo, somos iguales, mujeres viejas… pero la primera: es la primera, eso no se olvida”, y se vio segundona, como si nunca hubiera podido ocupar un lugar que la otra jamás dejó vacante. Su vida se había venido abajo; lo que antes fue su orgullo, ahora era su destrucción…
-Nada —le contestó.

Francisco Silvera
http://nalocos.blogspot.com.es/2013/02/francisco-silvera-1.html

1.470 – El ilusionista

ramon g de la serna En el despacho de la Dirección del Circo se presentó una tarde un hombre flacucho, con tipo de cesante y de gato disecado.
El director le preguntó que qué hacía. Él dijo que era ilusionista, y que hacía desaparecer los objetos y las personas.
El gordo director, que jugaba con la moneda de un dije, como si con ella en la mano estuviese pensando una jugada sobre el tapete verde, le dijo riendo:
-¿A que no me hace usted desaparecer a mí?
El ilusionista se desabotonó los puños de la americana y de la camisa, sacó el lápiz largo que era su varita mágica y dando un golpecito en la calva al director le hizo desaparecer. Después se quedó pensativo y resolvió no volverle a hacer aparecer.
Desde entonces es el director del circo el ilusionista.

Ramón Gómez de la Serna
La otra mirada.Antología del microrelato hispánico. Ed. Menoscuarto.2005