1.332 – Saltos*

 Mira por donde, el jersey de lana que su tía Carmina le había metido en el bolso a última hora, iba a servir para algo.
-¿Qué haces, tía? ¿Un jersey? Pero que voy a Australia, que allí ahora es verano, que no me va a hacer falta.
-Dice ella que verano, ¿pero vamos a ver, mi alma, cómo va a ser verano si estamos en enero? Tú cógelo, que para eso lo hice, y si no te vale, pues lo guardas para cuando vengas….Dice que verano…¡esta chavala está fatal!-había sentenciado la tía Carmina antes de darle un billete de cincuenta euros y pedirle que se cuidara mucho.
En casa no hubo grandes despedidas. Todos se habían prometido en la cena de Navidad que nada de escenas dramáticas. Ella se iba a trabajar a la otra esquina del mundo sí, pero no le quedaba otra. Además, con internet, se verían todos los días.
Ni su licenciatura superior en la Escuela de Minas ni sus ocho años de trabajo en una constructora le habían servido para labrarse un futuro estable hasta ese momento. Estaba harta de cobrar dos duros por currar lo suyo y lo de los demás. Así que cuando recibió el correo electrónico con la oferta de trabajo no se lo pensó mucho. «Empresa australiana precisa Ingeniero Superior de Minas para proyectos relacionados con la captación de aguas subterráneas». ¡Perfecto!. Su proyecto de fin de carrera la había hecho toda una experta -y enamorada- en la materia y su nivel de inglés era más que aceptable. El sueldo acabó por convencerla: 63.000 euros brutos al año durante seis años y dos viajes a España pagados por la empresa, uno en verano y otro en Navidad.
Y allí estaba, solo dos meses después de responder aquel correo electrónico, en un avión camino de Sidney.
-¿Eres Violeta Morales?
-Sí, sí, sí…-titubeó ella que se había quedado absorta mirando por la ventanilla.
-Vente para atrás con nosotros, llevamos dos horas calculando quién de todas las mujeres que van en turista sería Violeta Morales y por fin te encuentro. Ya pensábamos que no existías. Por cierto, me llamo Esteban, y no te asustes, no ha pasado nada, somos compañeros de trabajo. Yo y aquellos cafres del fondo que oyes gritar. Pero coge tus cosas y vente para acá que tienes mucho que oír. ¿Sabes cocinar? Esperamos que sí, eres la primera asturiana del grupo y la verdad, una fabada no vendrá mal de vez en cuando.
Esteban encadenaba un tema con otro y apenas la dejaba responder. Cuando se dio cuenta él ya llevaba su equipaje de mano hacia la cola del avión.
-¿Tendrás algo para taparte, no? Es que atrás hace un frío que pela.
Violeta abrió el bolso y con la mano derecha tocó el suave jersey de lana gorda de su tía Carmina.

Aitana Castaño Díez

http://sairutsa.blogspot.com.es/2012/01/saltos.html

(*Para los que cruzáis charcos y sueños en busca de un futuro mejor)

1.325 – Ofrenda

 La mujer de la foto sonreía. «¿Sí?», preguntó el doctor mientras me esforzaba en vano tratando de situarla entre mis recuerdos. Le devolví la imagen en silencio. «La operación ha sido un éxito», afirmó orgulloso. Me palpé la insignificante cicatriz en el lóbulo parietal y experimenté una cierta sensación de desasosiego recordando sus palabras durante la primera visita: «El cerebro se aferra al dolor. Lo último que queda tras la pérdida. Cerrar el recuerdo cierra el dolor». «¿Puedo volver a verla?», pedí. Me tendió la foto con suficiencia y mirando aquella sonrisa, tan desconocida y tan familiar, descubrí que recordar duele pero olvidar duele todavía más.

Luis Fernández de los Muros
Relatos en cadena 2009-2010. Alfaguara-2010