Mi abuela murió con el deseo de visitar aquellos lugares que la vieron crecer. Nos enteramos después de su muerte, cuando desocupamos su casa para venderla. En el cajón de su mesita de luz, un montón de fotos y postales que nunca fueron enviadas, escritas y con destinatarios; amarillas, despintadas, sin fecha. Todas recrean su lugar de infancia, Miskolc. Su patria, sin embargo -ella se cansó de repetirlo-, siempre fue ésta, donde nacieron sus hijos, sus nietas y la pena por el regreso.
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1.311 – Conversación
Cenaron en silencio. Veinte años de matrimonio son capaces de agotar todos los temas posibles de conversación. Se levantaron en silencio de la mesa. Ella se dedicó a recoger cubiertos y desperdicios. Él se acostó en la cama matrimonial y se sumergió en la lectura de revistas y periódicos. Media hora más tarde, fue ella la que se tumbaba en el lecho. «¿Quieres apagar la luz, querido?». Dobló el periódico, se quitó las gafas y apagó la luz. Antes de darle las «buenas noches» se le ocurrió preguntar: «¿Esas muñecas hinchables que venden en Norteamérica serán de tamaño natural?». Ella no pudo responderle porque ya estaba dormida.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
1.304 – Principio físico
Un terremoto de siete grados en la escala Richter sacudió la costa occidental del continente australiano. Por fortuna, se trata de una zona poco poblada y los desperfectos no fueron de consideración. Tampoco hubo que lamentar bajas humanas. El lugar se declaró zona catastrófica. Instantes después de producido el seísmo, en una elevada peña de la sierra de Líbar, en la provincia de Málaga (España), una mariposa limonera que pasaba la tarde tomando el sol sobre la flor de un majuelo, vio como una agitación proveniente de un lugar desconocido la obligaba a batir las alas.
Federico Fuertes Guzmán
Los 400 golpes. E.D.A. libros,2008
1.297 – Curiosidades
Me ha dicho el médico que me pese cada mañana. De ese modo, si un día cojo unos gramos, al siguiente pondré los medios para perderlos. No es preciso añadir que se trata de un médico obsesivo, pero ni los médicos ni las esposas nos tocan en la lotería. Si estoy con él, me digo, por algo será. De otro lado, me gusta la idea de corregir el martes los errores del lunes. Lo primero que hago al sentarme frente al ordenador, a primera hora, es repasar las páginas escritas la jornada anterior. Siempre tacho algunas palabras o añado otras. Gracias al médico obsesivo he empezado a relacionarme con mi cuerpo como si fuera una novela que escribo día a día. Hoy peso 200 gramos más que ayer por culpa de una cena que ni siquiera me hizo feliz. Pues nada: a tachar esos doscientos gramos a base de frutas y punto (punto y aparte).
Tachar kilos es tan difícil como tachar adjetivos. Se les coge cariño a los unos y a los otros. Aunque sabes que no le vienen bien a la escritura ni al cuerpo, nos cuesta cortar por lo sano, ésa es la verdad. Pero quiero insistir en la idea del cuerpo como novela; a veces, como novela de terror. Me hice unos análisis que me entregaron en un sobre cerrado donde ponía la palabra «confidencial». Iba por la calle con aquel sobre debajo del brazo como si fuera un agente del Centro Nacional de Inteligencia. Pero sólo era un espía de mi propio cuerpo. Se lo entregué al médico y fue entonces cuando me recomendó que me pesara todos los días, para tachar el miércoles los gramos de más escritos durante el martes. En eso estoy.
Para amortizar la báscula, me peso siempre que paso cerca de ella. Por las noches, no sé por qué, peso siempre dos kilos más que por la mañana. Pero son dos kilos que se tachan solos, también de forma inexplicable, durante el sueño, como si los gramos se colaran por un sumidero invisible. El otro día me desperté de madrugada y estuve una hora sobre el peso, para sorprender al cuerpo en el instante de adelgazar, pero es más difícil que ver crecer la hierba. He hecho también experimentos con algunos libros. Las novelas pesan más por la noche que por la mañana. La poesía, en cambio, siempre pesa igual. Cuestión de metabolismo, supongo.
Juan José Millás
Articuentos completos. Seix barral – 2011
1.290 – Performance
Cuando mi mujer le propuso a la vecina del quinto que ejerciera de hija a cambio de una paga semanal, no dije nada; últimamente tiene muy mal genio. Pero la vecina encontró trabajo y dejó de venir, así que puso carteles por todo el barrio solicitando gente para un puesto indefinido, y eso me pareció excesivo. Ahora tenemos una hija divorciada y madre de adolescente problemático, una nuera en rehabilitación y hasta una nieta nigeriana de dos años a la que llevo al parque. El caso es que a ratos me parece que los conozco de toda la vida, y juraría que ayer el chico me abrazó con auténtico cariño.
Rosana Alonso
Los otros mundos.Edit. Talentura, 2012
1.283 – Imita a los grandes, le dijeron
Fuma para poder escribir unas memorias como Zeno, dentro de muchos años, cuando sea mayor y más deprimente; para tener algo que contar en esas edades; bebe como Arturo Bandini con la esperanza de que en cualquier momento, en cualquier biblioteca del mundo, un Bukowski lo descubra, alucinado; reza para sentarse en la estación de invierno del puerto más lejano de Crimea y morir como Tolstoi, decrépito y célebre. Y todo lo que ha conseguido es una rara enfermedad de los pulmones que ha inspirado la oscura ponencia de un médico en un congreso al que nadie quiere ir. «Quizá si escribiera algo», piensa mientras dispone la oreja derecha para cortársela con una tijera.
Juan Carlos Chirinos
http://ficcionminima.blogspot.com.es/2012/08/los-sordos-trilingues-juan-carlos.html
1.276 – El premio
Tenía prisa por coger el tren que le llevaría nuevamente a su pueblo. Había pasado la jornada cumplimentando todos los encargos, gestiones y compras que le habían encomendado sus paisanos y vecinos. La gran ciudad le destrozaba, le asfixiaba. Tenía prisa por dejarla. Verificó un último encargo: en una lista oficial de la Lotería Nacional comprobó que, efectivamente, a un décimo que le habían dado le había correspondido un pequeño premio. La Administración desgraciadamente estaba cerrada. Nervioso pensando que iba a perder el tren, abordó a un señor, contándole lisa y llanamente lo que le sucedía. El señor le partió la cara, llamó a un guardia que lo llevó a la Comisaría más próxima, le tomaron la declaración, lo encerraron y al día siguiente, comprobada la validez del décimo, lo dejaron en libertad. Cobró el premio y en el primer tren que pudo tomar se volvió al pueblo, donde jamás contó a nadie lo sucedido.
Alonso Ibarrola
Alonso Ibarrola. No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
1.269 – Protesta
Los padres hacen todo lo posible por envejecer. Merodean los ochenta y se empeñan en dejar de caminar, en ver muy mal, en escuchar poco. Su esfuerzo es grande: él simula aguantar el paso no más de una calle; ella finge que las letras se le empalman en la página. Quieren que sus hijos los visiten, los lleven, los escuchen, les lean, les descifren los letreros, los sonidos. Pero los hijos se han vuelto unos niños: se tropiezan y se rompen un pie; se esconden bajo las sábanas llenos de lágrimas; se deshacen del perro y la mujer. Quieren que sus padres les den la mano al caminar, que les adviertan de las esquinas de los muebles y los enchufes descubiertos, que los cobijen en las noches y que les den palmadas asegurándoles que todo está bien.
Mónica Lavín
http://nalocos.blogspot.com.es/2012/03/monica-lavin.html
1.262 – La tacita
He vertido el café en la tacita, he añadido la sacarina, doy vueltas con la cucharilla y, cuando la saco, observo en la superficie del líquido caliente un pequeño remolino en el que se dispersa en forma elíptica la espuma del edulcorante mientras se disuelve. Me recuerda de tal modo la figura de una galaxia que, en los cuatro o cinco segundos que tarda en desaparecer, imagino que lo ha sido de verdad, con sus estrellas y sus planetas. ¿Quién podría saberlo? Me llevo ahora a los labios la tacita y pienso que me voy a beber un agujero negro. Seguro que la duración de nuestros segundos tiene otra escala, pero acaso nuestro universo esté constituido por diversas gotas de una sustancia en el trance de disolverse en algún fluido antes de que unas gigantescas fauces se lo beban.
José María Merino
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010
1.255 – El loco
Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar, reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con vivir así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora, cada día es igual al anterior.