He tenido un sueño maravilloso. Se aparecía en mi celda una bellísima señora, un hada o algo parecido, y me preguntaba qué deseaba más en esta vida. Yo le respondía que poseerla. Me golpeó suavemente con su varita —me imagino que «mágica», como se estila en estos casos— diciéndome: «Concedido». Me despertó la habitual visita de control del funcionario de prisiones. «¿Y eso, qué hace eso ahí?», me preguntó, inquisitivo, dirigiendo su mirada hacia el catre. No supe qué decirle. Parecía, era, una prenda interior femenina. Quedé atónito, estupefacto. Recogió la prenda y se la llevó. Minutos más tarde apareció el director, indignado. «¿Quién ha estado aquí esta noche?». Le conté la verdad.
Etiqueta: Lunes
1.315 – Canción de cuna
No duermo hasta que mamá se sienta en el borde de la cama y me canta Aurtxo Seaskan con una dulzura que me transporta a Leizarán donde las hojas de los árboles, por la noche, se susurran secretos al oído, murmuran las aguas frías del río mientras buscan en el valle su antiguo cauce y el rumor va creciendo hasta tornarse rugido, como el trueno que con sus rodadas precede a la tormenta y ahoga la nana que mamá me canta y que ahora oigo a lo lejos, acolchada, devuelta por un eco blando.
Y el golpeo del río abre la puerta e inunda el dormitorio y yo querría que mamá, de irse, se diluyera, ahogara su canto entre burbujas, pero no es así porque la fuerza de la corriente le arranca los brazos, y las piernas y le arranca la cabeza que sigue cantando y que vuelve el agua de un color rojo que en mi sueño me lleva a imaginar que tal vez si quisiera, tal vez si pudiera, me levantaría y con un gesto, con un maldito gesto, podría separar las aguas del río de sangre que cada noche se lleva a mamá y guardarla por siempre a mi lado mientras canta Aurtxo Seaskan sentada en el borde de la cama.
Jesús Esnaola
http://www.cuentosymas.com.ar/blog/?p=9643
1.308 – Hermanas
La mujer de la foto sonreía en la última imagen del álbum. En las primeras aparecía de niña, con sus tres hermanas mayores tirándole de unas coletas pizpiretas, o pintándole la cara con chocolate mientras ella hacía pucheros. Después venían las fotos de juventud: tres damitas elegantes y una adolescente desastrada que las observaba con gesto torcido. En las siguientes, según pasaban los años, ella aparecía seria, como agazapada, y siempre aparte del grupo de tres, luego de dos y en la penúltima, detrás de la última hermana enlutada y madura. En la última estabas sola, sonreías y tu mirada triunfal ponía los pelos de punta.
Luis Serrano Lasa
Relatos en cadena 2009-2010. Alfaguara-2010
1.301 – Claustrofobia histórica
Yo me enamoré del hijo de la Paqui sabiendo que era un pinta y que andaba todo el día por ahí como un perro sin dueño.
Entonces no sabía que la única persona a la que puedes cambiar eres tú misma y que de redentores y buenas cenas están las sepulturas llenas.
Entonces no sabía eso ni otras muchas cosas, como que la marcha atrás no funciona, y que te puedes quedar embarazada aunque lo hagas de pie contra la tapia del cementerio, diga lo que diga la Sole.
Ahora sé cambiar pañales, preparar biberones y poner los ojos en blanco cuando me preguntan por qué dejé de estudiar, como si la respuesta tuviera que ser evidente para todo el mundo. Ahora también sé que no tendría que haber dejado de estudiar nunca.
El hijo de la Paqui (de cuyo nombre no me da la real gana acordarme) no se salió del instituto, aunque le costó Dios y ayuda acabar el bachillerato. Se fugaba de casi todas las clases porque no aguantaba los espacios cerrados. Que le entraba el nervio y una de dos, o abría la ventana o se tiraba por ella. Para eso hubiera sido mejor que se hubiera puesto a trabajar, pero a ver en qué sitio iban a aguantarle la manía esa de las puertas abiertas.
Alguna noche, tuvimos que bajar la Paqui o yo a buscarlo al parque. Decía que dentro del piso se asfixiaba, que le faltaba el aire.
Un día le faltó tanto que ni su madre ni yo fuimos capaces de encontrarlo.
Recorrimos el pueblo entero, hasta que la Paqui dijo que ya no aguantaba más, que a su hijo le podían dar muchas y buenas, y que con su edad y sus dolencias, no podía encargarse de nosotros.
Después, me puso la mano en la barriga, yo creo que con pena, y me deseó suerte.
Desde esa noche vivo con mis padres.
Él volvió unos días más tarde. Que le perdonara. Que yo ya sabía de más que a veces la casa se le caía encima y que tenía que salir a donde fuera. Qué él no estaba hecho para estar encerrado entre cuatro paredes.
Pero yo no le perdoné. Faltaría más. También una tiene su orgullo.
Ahora creo que se ha matriculado en historia. Normal.
Un pinta como él tenía que acabar estudiando una carrera llena de nombres de calles.
Pilar Galán
Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012
1.294 – Tatoo
Lola se tatuó una mariposa en el hombro, un escarabajo al oeste del ombligo, una garza con el cuello estirado a lo largo de su pantorrilla, un sapo somnoliento en el empeine izquierdo y uno saltarín en el derecho, una foca monje en las estribaciones del agujero vaginal, un saltamontes sobre el pecho derecho y un caracol en el trasero. Todo iba bien en su vida. Su marido se marchaba a su trabajo nocturno y ella dormía desnuda. Los animales salían de su cuerpo y danzaban y cantaban canciones de corro en la alfombra del dormitorio. Al alba, cuando escuchaban las llaves del hombre, volvían a sus puestos y esperaban ser agitados por la furia sexual con la que llegaba del trabajo. Todo este hermoso mundo familiar se desmoronó el día que Lola decidió tatuarse en el omóplato una fastuosa cabeza de tigre con dos grandes colmillos con el fin de advertir a los que se acercaran demasiado. Cuando el pasado amanecer regresó el marido gritó con espanto al ver el cuerpo de Lola inerte sobre las sábanas. Los animales se habían dado a la fuga capitaneados por el enorme tigre, que había dejado una marca de sus fauces sobre la yugular de la que aún, y son ya las ocho y media de la mañana, no ha dejado de manar sangre.
Federico Fuertes Guzmán
Los 400 golpes. E.D.A. libros,2008
1.287 – Yo, mutilado capilar
Los peluqueros me humillan cobrándome la mitad. Hace unos veinte años, el espejo delató los primeros claros bajo la melena encubridora. Hoy me provoca estremecimientos de horror el luminoso reflejo de mi calva en vidrieras y ventanas y ventanillas.
Cada pelo que pierdo, cada uno de los últimos cabellos, es un compañero que cae, y que antes de caer ha tenido nombre, o por lo menos número.
Me consuelo recordando la frase de un amigo piadoso:
-Si el pelo fuera importante, estaría dentro de la cabeza, y no afuera.
También me consuelo comprobando que en todos estos años se me ha caído mucho pelo pero ninguna idea, lo que es una alegría si se compara con tanto arrepentido que anda por ahí.
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos. Siglo XXI -1989
1.280 – Balance
Mi vida ha sido una constante lucha. Luché contra mis maestros, luché contra mis padres, contra el sistema, contra las oposiciones, contra el conservadurismo burocrático, contra el matrimonio, contra el divorcio, contra las reformas administrativas, contra quienes se obstinaban en desprestigiar las oposiciones, contra quienes abogaban por destruir el sistema, contra mis hijos, contra mis alumnos. Ya digo, mi vida ha sido una constante lucha y siempre (es hora de ir haciendo balance), me ha tocado militar en el bando de los vencidos.
Manuel Moya
http://nalocos.blogspot.com.es/2012/06/manuel-moya-y-2.html
1.273 – Los siete pecados evitables
Hugo saludó al insomnio en plena madrugada. Palpó el cuerpo que dormía a su lado.
Los recuerdos mitigaron el silencio. En la penumbra de la habitación apenas alcanzó a distinguir los últimos años de su vida.
Echó de menos la lujuria de los primeros días con Lola. La gula con la que saciaban sus cuerpos. Por aquel entonces, ella era la mujer de otro. Tras las despedidas, al caer la noche, él enfermaba de ira al quedarse solo. La envidia no le dejaba dormir al imaginar «al otro» durmiendo al lado del cuerpo de su pasión.
La avaricia le cegó la razón. Una de esas tardes de amor clandestino, invadido de soberbia, se la jugó: « O te quedas conmigo o no vuelvas». Ella se quedó.
Hugo cerró los ojos. Le gustaría entender por qué, desde entonces, la pereza también se quedó a vivir con ellos.
Alejandra Díaz-Ortiz
Pizca de Sal.Trama Editorial 2012
1.266 – Las reliquias
Cuando la madre Angelines murió, las campanas del convento doblaron mientras un delicado perfume se esparcía por todo el claustro desde su celda. «Son las señales de su santidad», proclamó sobrecogida la madre superiora. «Nuestro tesoro será descubierto y ahora el populacho vendrá en busca de reliquias y el arzobispo nos quitará su divino cuerpo.» Después del santo rosario nos arrodillamos junto a ella. Hasta sus huesos eran dulces.
Fernando Iwasaki
Ajuar funerario.Ed Páginas de espuma. 2009
1.259 – Historia de los dos que soñaron
Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo:
-Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla.
A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el decreto de Dios Todopoderoso una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo:
-¿Quién eres y cuál es tu patria?
El hombre declaró:
-Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí.
El juez le preguntó:
-¿Qué te trajo a Persia?
El hombre optó por la verdad y le dijo:
-Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.
El juez echó a reír.
-Hombre desatinado -le dijo-, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín. Y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol, una higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.