Cómo podía dar clase de asesinato si él no había matado a nadie. Cómo transmitir el entusiasmo por la tarea bien hecha sin sentirse un estafador. Llevaba días pensándolo. Sería la única manera de reconciliarse como docente. Ya era de noche cuando cogió el juego de cuchillos que le habían regalado para la boda. Practicó con los distintos tamaños hasta hacerse con el manejo del más grande. Agarró el pomo de la puerta del dormitorio y entró. Su mujer se giraba en la cama. Levantó la mano que empuñaba el arma y, después del impacto, anotó:
«Clavar el cuchillo entre las costillas y retorcerlo antes desatarlo es un error: es inevitable que se atasque».
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1.303 – Lo uno y lo múltiple
«Creo que todo empezó al aceptar el puesto de vigilante nocturno. Mientras hacía la ronda de madrugada, pensé en mi mujer y la imaginé dormida en mi lado del colchón. Fue tan fuerte la nostalgia de su cuerpo que me desdoblé en otro yo apasionado que corrió a acurrucarse junto a ella. Ahora no paro de escindirme, tengo varios clones repartidos por la ciudad cumpliendo mis deseos. Uno incluso ha empezado Filosofía. Pero ayer, viendo el telediario, creí reconocerme en el atracador que grabó la cámara de seguridad del banco. Estoy preocupado, usted me comprende, ¿verdad? ¿Por qué me mira así?».
Rosana Alonso
Los otros mundos.Edit. Talentura, 2012
1.296 – Crianzas
Siempre imagino que mi madre tiene nada más que veinticinco años (la edad que ella tenía cuando yo nací), de ahí que me enfurezca si la oigo arrastrar los pies, cloquear, toser, pensar como una vieja. No entiendo por qué a los veinticinco años le han salido arrugas ni me explico cómo siendo tan joven se acuesta tan temprano.
Si en algún momento de pavorosa lucidez advierto que es una vieja, tal descubrimiento me llena de horror, por lo cual trato inmediatamente de expulsar dicho conocimiento de la luz de mi conciencia, de manera que en seguida recupera sus veinticinco años.
Ella me trata a mí continuamente como si yo fuera una niña, por lo cual nos entendemos perfectamente. No insisto en crecer, porque sé que es inútil: para nosotras dos, el tiempo se ha estacionado y ninguna cosa en el mundo podría hacerlo correr. Moriré de cinco años y ella de veinticinco: a nuestros funerales asistirá una muchedumbre de ancianos niños y de niños que jamás llegaron a crecer.
Cristina Peri Rossi
Por favor sea breve. Ed. Páginas de espuma, 2001
1.289 – Houdini el escapista
Fue ilusionista, atleta, contorsionista y cerrajero. Se hizo llamar Houdini, creó el número del escapismo y fue el mejor escapista de todos los tiempos. En pueblos y ciudades promocionaba su acto desafiando al jefe de policía o de la prisión local a mantenerlo encerrado. Escapó de cuerdas, cadenas, camisas de fuerza, todo tipo de esposas, barriles, cajas, baúles, bidones, bolsas, sacos, ataúdes, jaulas y habitaciones cerradas. Y sin embargo, yo conseguí atraparlo aquí, para siempre, para ustedes.
Ana María Shua
Fenomenos de Circo. Páginas de espuma 2011
1.282 – Leones y domador
Un grupo de leones se ha puesto de acuerdo en comprar un domador, pero tienen poco dinero. Todo lo que consiguen es un anciano desdentado (aunque con su dentadura postiza) que fuera domador de potros en su juventud. Se llama Francisco Nicomedes Rojas y es de Sunchales. Los leones rugen como si fueran feroces, el viejo hace restallar el látigo, hay que admitir que se lo ve adecuadamente frágil y aun así el público se fastidia. Les iría mejor con una jovencita rubia, de aspecto tímido, pero son demasiado caras, están ahorrando.
Ana María Shua
Fenomenos de Circo. Páginas de espuma 2011
1.275 – Tránsitos
Se murió sin más, ni temeroso ni esperanzado. Y como en un sueño abrió los ojos y estaba en su cama. La habitación con el mismo aspecto de siempre, quizá un poco deslucidos los colores. Se levantó y en el salón no había nadie, atisbó por la ventana y vio gente en la calle. Salió y descubrió que muchas de esas personas eran desconocidos, tan solo el dueño del quiosco de prensa, que había muerto unas semanas antes, le hizo un gesto de reconocimiento. Se dieron un abrazo, hermanados de repente por la situación, y se contaron sus penas. Los dos andaban buscando en este lado a los familiares fallecidos hace tiempo, pero no daban con ellos. Decidieron adaptarse a la nueva circunstancia, que no era tan distinta de la anterior: se trabajaba, se comía, se dormía y hasta podía uno llegar a enamorarse. Conoció a una mujer solitaria y la invitó a instalarse en su casa.
Y fue pasando el tiempo y una semana se notó diferente: un poco más descolorido de lo normal. Hasta que una noche murió otra vez, aunque en realidad se sintió como un gusano mudando de piel.
Abrió los ojos: todo seguía igual, salvo por esa nueva condición traslúcida. Se asomó a la ventana y alcanzó a ver la silueta de su tío Luis, que había muerto tres años atrás, girando en la esquina. Saltó y se dejó llevar por una ráfaga de viento. Su tío era más transparente que él; una fina línea con un abultamiento en la parte que correspondería a aquella barriga inmensa que era lo que más recordaba de él. Le llamó, pero al ir a abrazarlo el tío Luis se evaporó, como el humo de un cigarrillo.
Se sintió por primera vez desalentado, pero siguió flotando por esa ciudad, cuyas calles tan conocidas se confundían unas con otras en esa líquida transparencia actual. Volvió a la rutina habitual e invitó a otra mujer solitaria a compartir ese tiempo blando y como sumergido en el mar.
Un día se notó más ligero que de costumbre y supo que se aproximaba un cambio. Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas morirse de una vez por todas.
Rosana Alonso
Los otros mundos. Ed. Talentura. 2012
http://ralon0.wordpress.com
1.268 – Él y él mismo
Detenido por la policía, sostenía ante todos que se había ido a América en el vapor Suntanton.
Se telegrafió al puerto de Dakar, y de allí contestaron que, en efecto, a bordo iba un caballero con aquel nombre y aquellas señas personales.
«Devuélvanlo península», fue el telegrama de la policía.
Así la expectación que había en el puerto el día de la llegada del otro, que era él mismo, que le esperaba acordonado de gendarmes, sobrepasaba lo imaginable y las filas primeras de los espectadores caían constantemente al agua y se ahogaban.
El otro avanzó por la pasarela, y al llegar al que era él mismo, le abrazó y los dos quedaron convertidos en uno solo.
Entonces el «reintegrado» dijo a la policía:
— ¡Lo ven!
Ramón Gómez de la Serna
La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico. Edición de David Lagmanovich. Ed MenosCuarto – 2005
1.261 – ‘El Daglas’
Sufría por verle desnudo, cubierto de una pátina de carbón, mientras el resto de compañeros hacía bromas en las duchas.
Quería besarle y limpiarle, con delicadeza, la línea negra que le quedaba en los ojos porque nunca tenía tiempo para pararse a quitarla. Ernesto, que iba para cura, dejó el seminario y entró en la mina para estar al lado de Joaquín, que era también «El Paletu» por parte de madre y «El Daglas» por su parecido con el actor. Y así estuvo, cinco, diez, quince años…Fue el padrino de su boda, aguantó estoicamente la temporada que al otro le dio por ir de burdeles. «Ernestín, cagondiós, ven conmigo, que no se entera nadie»; y lo abrazó fuerte la tarde que, en el embarque, les sorprendió una ración de grisú que casi no cuentan. «¿Qué se te perdió a ti en Alemania, Ernestín, no me jodas?», le replicó pocas horas después en la barra de Casa Miguelo. «En Alemania nada, pero como siga aquí mirándote a los ojos acabaré perdiendo la cabeza», pensó mientras bebía la última caciplá a su lado. No hubo más palabras. Un billete de autobús le dejó en la Zentraler Omnibusbahnhof. Lo primero que vió fue el cartel del último estreno cinematográfico: «There was a Crooked Man…», protagonizado por Henry Fonda y Kirk Douglas.
Aitana Castaño Diaz
http://sairutsa.blogspot.com.es/2012_07_01_archive.html
1.254 – Tranvía
Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. «Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre excelente para mis hijos», pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: «¿Y los niños, con quién van a quedarse?»
Andrea Bocconi
1.247 – La pluma
Había escrito varias hojas de papel cuando advirtió que desde hacía un rato la pluma escribía con tinta roja. Siguió adelante y un poco después aquella tinta le pareció sangre. Y era sangre en efecto. Pero continuó porque tenía ideas felices y las palabras fluían con naturalidad. Así siguió hasta redondear lo escrito al tiempo de acabársele la sangre a la pluma y caer muerta de entre sus dedos.