1.133 – Convencimiento

 A eso de la medianoche mi corazón dejó de pertenecerte. La fatalidad propicia que siga enamorada de ti, pero ya no soy tuya. He conocido a otro, a otros. Y en el doloroso vacío de mi interior me siento escindida, a la deriva. Debes saber que tampoco eres ahora el dueño de mis ojos, riñones, hígado o intestinos. Ni siquiera yo lo soy. A decir verdad, inexplicablemente, le he perdido la pista a la mayoría de mis órganos internos.

Ángel Olgoso
La máquina de languidecer, Ed. Páginas de espuma,2009

1.126 – El escapista

Manuel Moyano (1) Un mago no debería revelar sus trucos, pero te diré que no es tan difícil hacer surgir panes de un cesto si éste dispone de doble fondo, y que unos simples tablones, convenientemente situados bajo el agua, bastan para hacer creer a cualquier iluso que es posible caminar sobre la superficie de un lago. En cuanto a aquel hombre cuyos ojos sané, jamás en su miserable vida había estado ciego: se llamaba Hulellah y obtuvo una buena recompensa a cambio de hacer su papel… Ahora, escúchame bien: los soldados no van a clavarme al madero; en realidad, me amarrarán las muñecas con tendones de cerdo y untarán mis brazos con la sangre de algún animal: les he pagado veinte denarios a cada uno por participar en el engaño. Previamente, tú deberás haber depositado agua y víveres en el interior del sepulcro. Luego, una vez que me hayan dejado allí, harás rodar la piedra que cubre la entrada para que pueda escapar. Procura que nadie te vea. Y recuerda esto, José de Arimatea: deberás hacerlo antes del tercer día.

Manuel Moyano