Quise reconciliarme con Marga haciéndole el amor en la bañera, donde, como tantas veces, ella se había refugiado. La amé con dulzura y saña entre la bruma hasta que apagué mi furia y entonces reparé en la terrible quemazón del agua. Quise apoyarme en Marga para incorporarme, pero mis manos chapotearon en un líquido hirviente y denso sin conseguir encontrarla. Salí de la bañera de un salto, muy asustado, y empecé a llamarla, mientras, de rodillas, seguía tanteando, pero de nuevo mis dedos se hundieron en aquel caldo. Aún hubo de despejarse el vaho para que pudiera ver con claridad qué le había pasado: Marga se había deshecho, se había licuado en una sopa viscosa y algo rojiza en la que aún podían distinguirse los promontorios de sus senos y de sus rodillas y su largo pelo negro flotando a la deriva. Las órbitas de sus ojos, ya muy separadas, me miraron suplicantes y quise ayudarla. Sin embargo, cuando ya solo se distinguía de Marga nada más que su rostro descabalado, me pareció ver en él cierta luz, una semisonrisa triunfal, aunque distorsionada, que quizá tan solo fuera espejismo, pero que reavivó mi rabia, así que tiré del tapón y aquel líquido espeso que era Marga mezclada con mi semen se fue por la tubería girando trabajosamente en remolino. Marga.