Después del entierro de su mujer llamaron a la puerta. Se levantó perezosamente de su sillón y salió a abrir.
Allí estaba ella, que le espetó nada más verlo: -¿Puedo pasar?
-Pero ¿no te habías quedado en el cementerio? -respondió él.
-Sí, pero ya sabes, la catalepsia…
-¡Ah bueno! Lo siento.
-En vez de decir «lo siento» debías haber comprobado bien que no estaba muerta.
-¡Vaya! -pensó él-, de nuevo comenzaban los desacuerdos entre ambos.