En una de las salas de la Bienal de Venecia abarrotadas de público y medios de comunicación, la artista explicaba su proyecto de performance múltiple.
Mientras la escuchábamos, en el interior de nuestro oídos, sus palabras se hundían más y más en lo oscuro. Su expresión densa y pegajosa se adhería con fuerza a nuestros sentidos dejándonos marchitos, como bajo el influjo de una poderosa succión que nos vaciaba de toda energía, de toda posibilidad de comprensión. Despojados de toda estructura, nuestros cuerpos quedaban reducidos a nimia materia ausente deshaciéndose en el fondo de un armario.
Frecuentemente en este tipo de actos ocurría que la artista transportada hacia las alturas por lo sublime de sus pensamientos, traspasaba el techo para perderse grácil entre las nubes, mientras nuestros ojos vacunos seguían su ascenso hasta notar sobre nuestras cabezas el excremento de ilegibles aves, entonces, el acto tocaba a su fín y la mayor parte de nosotros regresábamos a nuestros hogares manchados por el peso de nuestra ignorancia.