Manual de ortografía

 pilar galan5   Cuando salgo de tu casa, la realidad empieza a conformarse. De nuevo, me digo, de nuevo habrá que empezar a edificar los días, desde abajo, desde justo ese punto del estómago donde nacen las náuseas. La luz de la mañana se derrama como polen de oro, tengo frío, me da miedo la vuelta a casa, los reproches, sentir su boca, saber que la mía sabe a tus palabras, querer gritar, llorar, vaciarme por dentro. Saber también que no puedo, saber que tienes razón, aunque me duela, que te blindas contra mí porque has puesto fecha de caducidad desde el principio, como si mi presencia en tu casa fuera un regalo inesperado, una ofrenda que alguien ha querido hacerte.
        Al compás de los días enhebro mi discurso, reparto con cuidado conjunciones, añado núcleos mentirosos, digo: tenemos que dejarlo, me haces daño, pero mi mano se empeña en escribir, acude, corre, dame besos, deja que mi cuerpo nazca para tus dedos, dibuja  otra vez interrogaciones, no preguntes.
    Salpico mi texto de cursivas, subrayo lo importante, distribuyo mayúsculas y negritas, razono, expongo mi tesis, intento ser sensata, construyo un texto argumentativo, te narro, dialogo, trato de describirte, me convierto en narrador omnisciente, me vuelvo personaje, escribo prólogos y epílogos, me muero por borrarte de mi índice.
    Con mi texto corregido, te llamo el día anterior como una niña, temblando de los pies a la cabeza, presintiendo como siempre que vuelvo a equivocarme. La pasión empieza en el segundo exacto en que empiezo a marcar tu número. No estás. La tarde se convierte en una sucesión de horas que deben llenarse hasta la noche, hasta que vuelvas y oigas mi mensaje, y yo sepa que sonríes ante mi voz temblona. O lo que es aún peor, esperar que contestes, sentir el alma en vilo, dormirse sin saber aún qué va a pasar mañana.

Pilar Galán

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