Encontró a dos individuos charlando apaciblemente pero apoyándose en el capó de su coche, aparcado junto a la acera de una calle poco concurrida. Les invitó con corteses palabras a que se apartaran del coche y le dejaran entrar en el mismo. No le prestaron la más mínima atención. Se fue en busca de un guardia. Volvió al cabo de unos minutos acompañado de uno. Llevado por su celo profesional, el agente municipal, ante todo, le extendió una multa por «aparcamiento indebido». Luego les conminó a los dos individuos a que despejaran el lugar y desapareció. Los individuos siguieron charlando y el dueño del coche, confuso, se dirigió a la parada más próxima del autobús que le conduciría hasta su casa. El guardia le había hecho un descuento por pagar en el acto.