Cuando menos me lo espero mi madre me habla desde el más allá. Nunca de metafísica, de religión o de universos paralelos. Nada de psicofonías, ni de vaporosas voces de ultratumba. Con su castellano transparente y su acento aragonés me dice cosas como: «Se dejan cocer a fuego lento hasta que estén en su punto», o: «Resultan muy buenos con un flan de arroz blanco al lado, y sirve de plato único pues la salsa de los calamares le da mucho sabor al arroz».
Sus palabras flexibles y disciplinadas, sin una sola falta de ortografía, avanzan por las hojas de anillas que cada tanto me enviaba en un sobre con sus recetas favoritas, para que las fuera añadiendo a la libreta que me regaló.
Muchas veces me sorprendo a mí misma queriendo llamarla para preguntarle algún detalle, sobre todo de los platos de pescado y de algunos postres.
Hoy voy a seguir paso por paso las instrucciones que me dicta para cocinar los calamares guisados, así comprobaremos en familia que ese «¡Están buenísimos!» que escribió al final es la mejor descripción para este divino y contundente plato único.