Los banqueros de la gran banquería del mundo, que practican el terrorismo del dinero, pueden más que los reyes y los mariscales y más que el propio Papa de Roma. Ellos jamás se ensucian las manos. No matan a nadie: se limitan a aplaudir el espectáculo.
Sus funcionarios, los tecnócratas internacionales, mandan en nuestros países: ellos no son presidentes, ni ministros, ni han sido votados en ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las inversiones y las desinversiones, los precios, los impuestos, los intereses, los subsidios, la hora de salida del sol y la frecuencia de las lluvias.
No se ocupan, en cambio, de las cárceles, ni de las cámaras de tormento, ni de los campos de concentración, ni de los centros de exterminio, aunque en esos lugares ocurren las inevitables consecuencias de sus actos.
Los tecnócratas reivindican el privilegio de la irresponsabilidad:
–Somos neutrales -dicen.