En estado salvaje era verde y no cantaba. Domesticado, preso en una jaula, se ha vuelto amarillo y gorjea como una soprano.
Que alguien atribuya esos cambios a la melancolía del encierro y a la nostalgia de la libertad. ¡Mentira!
Yo sé que el muy cobarde antes era verde y mudo para que no lo descubrieran entre el follaje, y ahora es amarillo para confundirse con las paredes y los barrotes de oro de la jaula. Y canta porque así se conquista la simpatía cómplice del patrón.
Lo sé yo, el Gato.