La mujer volvió a casa del trabajo. Mientras subía las escaleras oía venir del piso aquel vozarrón. Por su nariz avanzaba descarado el olor predecible de comida recalentada. Una música de compacto rayado se arrastraba cansina hasta alcanzar sus orejas. El ladrido lastimero del perro que encontraron juntos. Le pareció una jornada como las otras. Reincidente, sospechada.
Dio media vuelta y se apresuró a bajar los peldaños, por última vez. Pensó que lo único que tenía que perder era la ropa interior, que se quedaría deshilachada en los cajones de la cómoda. Y que era tiempo de comprarse otra nueva.