Pocas veces visitaban la exposición clientes de tanta importancia. El Jefe del Departamento Internacional de Ventas estaba contento, más bien excitado, ante la magnitud de la operación. Los individuos, cinco en total, parecían africanos, quizá árabes. No se sabía exactamente en qué idioma se expresaban… Mostraban gran interés por el moderno armamento exhibido. Los encargos los verificaban utilizando los dedos de las manos. Cinco tanques, tres cañones antiaéreos, dos cañones de tamaño medio, un lanza-cohetes, cien ametralladoras, mil fusiles, mil bombas de mano… (cien veces uno de ellos mostró sus diez dedos). Cuando la lista de petición de material estuvo preparada, uno de los individuos en cuestión se dispuso a estampar su firma, mejor dicho, su pulgar derecho. De repente, sus ojos repararon en un vulgar pisapapeles de bronce fundido. Inquirió con la mirada sobre su utilidad y el Jefe del Departamento, ni corto ni perezoso, lo cogió con su mano derecha y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la cabeza de uno de los vigilantes de la exposición, que cayó al suelo fulminado. Los individuos, sorprendidos y sonrientes, se pasaron media hora indicando con los dedos que querían doscientos mil pisapapeles del modelo aludido.