No he sido capaz de olvidar aquella imagen de Papa Noel agonizando en el salón; ni la mirada de mi hermana observando impasible la escena. Sus ojos ardían y en esas llamas resplandecía humeante la pistola que aferraba entre sus manos. Su voz cándida todavía martillea en mi cerebro: “ese gordo existe, pero yo no he pedido una muñeca”. Para no disgustarla, lo enterramos con el disfraz, el relleno y la barba de algodón; hasta el cura se reía. Ella, ingenua, espera que los Reyes Magos le traigan la bicicleta, pero sigue preguntando insistentemente donde está papá.