Tenía la belleza de los tibios de corazón, la palidez de los lujuriosos, y un amor desmedido por los pájaros. Desnudo, gustaba -un hábito secreto de quien padece insomnio- probarse alas, artificiosos aparatos trenzados con paciencia, aunque su verdadera pasión eran los atardeceres marinos: ¡Ver ahogarse la tarde!, decía como quien señala la destrucción del tiempo.