Recuerdo mi entrada buscando algo en un corral, ya tarde, cuando había oscurecido, en aquel pueblo de Castilla.
Había pisado las piedras puntiagudas, los morrillos puntiagudos, que son los que más sensación de la realidad me han dado en la realidad, y fui a aquella casa a buscar a Lucio, un criado patudo, al que le salía perilla de chivo por toda la sotabarba.
-Espera un poco que eche de comer a los animales… Es su hora…
El burro gris, zancudo, de Lucio estaba sentado como después he visto que Goya pintó sentados a los burros, y a la luz del farol vi que escribía… ¿Qué escribía?… Me acerqué y vi que escribía: El Quijote. Tercera parte…
Eso es lo que yo recuerdo confusamente, apareciéndoseme aquel corral a esa hora, en que las bestias son personas porque la fuerza de la realidad permite una cosa así… Sospecho que aquella tercera parte del Quijote debía estar bien de realidad, además de escrita en el mejor y más puro de los castellanos, en el castellano del rebuzno, que es el más denso y sesudo.