2.941 – Diario

j j millas  «Esto es inaudito», dijo mi marido mientras desayunábamos, delante del niño, refiriéndose a una noticia de la radio. Él jamás había utilizado esa palabra, inaudito, así que me quedé sorprendida, y un poco preocupada, como cuando los hombres cambian de colonia, de ropa interior o de peinado. No dije nada, pero esa noche, mientras cenábamos, volvió a repetir el término. Esta vez estaba prevenida y vi todo el recorrido de la palabra, desde la garganta oscura hasta el borde de los labios, como cuando sorprendes a una cucaracha apareciendo por el sumidero del bidé. Abrió los labios en forma de grieta, y repitió: «Esto es inaudito, inaudito.» El segundo inaudito no salió del todo. Asomó las antenas y se escondió debajo de la lengua, como si algo le hubiera asustado.
Aunque la palabra inaudito viene en el diccionario, apenas significa nada, sobre todo cuando la repites muchas veces seguidas, inaudito, inaudito, inaudito… Es un ruido, y un ruido molesto, para decirlo todo. Temí que se le quedara al niño en la cabeza y luego se le escapara en el colegio, por lo que le pedí que no dijera esas cosas delante de su hijo. «¿Qué cosas?», preguntó con cara de extrañeza. «Ya sabes, inaudito», dije y comprobé que me retiraba la mirada avergonzado. Entonces, para hurgar en la herida, comenté que en esta época, con el calor, empiezan a deambular toda clase de insectos por los desagües a menos que se desinfecten. «Así que haz gárgaras con agua oxigenada, o con lejía. No quiero ver el inaudito ese entrando por la oreja del niño. Y me da asco verlo salir de tu boca. Un poco de higiene, por favor.»
Al día siguiente le llamé al despacho y hablé con su secretaria porque él estaba reunido. «Es inaudito que se reúnan a estas horas», comentó ella y comprendí que acababa de descubrir el nido de los inauditos. Por la noche, después de que el niño se acostara, hablé con mi marido y le dije que las cochinadas que hiciera con su secretaria eran cosa suya, pero que no estaba dispuesta a que me llenara la casa de inauditos. Seguramente di en el clavo, porque se puso rojo. Pero ayer, intentando describirme a su jefe, le salió por la boca un «impertérrito». Este hombre no tiene arreglo.

Juan José Millás
Articuentos completos. Ed. Seix barral. 2011

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