Cae la tarde reclinándose en el horizonte y asomando levemente su mirada clara entre los velos rojos que ha dejado tras de sí el sol; se adormece en el vaivén del mar que orla de espuma la arena compacta y fría.
Una risa aviva mis pasos: es ella contestando al romper las olas. Ella que corre, brinca, desaparece entre el agua, vuelve a salir y ríe; ríe pulsando el arpa dormida de mis sueños. Voy hacia ella, nuestros ojos se encuentran y somos un mismo juego con el azul. Mis manos rozan sus cabellos que huyen entre las ondas acuosas. Cierro los ojos al escozor salobre. Tiendo los brazos y logro asir sus piernas. Siento la dureza joven de sus músculos, pero, quieren huir también, resbalan, se adelgazan y un frío extraño me sacude. Sin soltarla, grito para detenerla. Abro los ojos que se llenan de noche. Nuevamente estoy aquí convulso, asido fuertemente con ambas manos a los barrotes de mi celda.