Cuando los pelícanos son viejos como yo, y no encuentran más motivo para seguir viviendo, vuelan tan alto como pueden, casi hasta alcanzar las primeras nubes. Inadvertidamente, descienden sin más ni más, se convierten en relámpagos alados que tienen como único fin caer sobre las rocas de la bahía. Esto me contaba mi abuelo cuando paseábamos al atardecer por el malecón. Era una historia impactante, siempre me pareció una muerte sumamente poética. No obstante, es sólo la idea de volar lo que en realidad añoramos, ya que, les puedo asegurar que no fue nada poético cuando el abuelo se tiro de un doceavo piso.