3.055 – Los enemigos

Ruben Abella  La enemistad entre Landelino Ortega y Pepe Villa echó a andar una lluviosa tarde de primavera, cuando el segundo quiso comprar un paraguas y el primero, con la excusa de que era la hora de cerrar, se negó a vendérselo. Pepe Villa no tardó en resarcirse del desplante, aparcando su coche en la plaza que, por tradición vecinal, Landelino Ortega tenía reservada frente a la mercería.
Había estallado la guerra.
Al principio no fueron más que desaires de vecinos mal avenidos, sin víctimas ni consecuencias de peso. Pero con el tiempo la mera discordia se les fue de las manos y se convirtió en inquina. Pepe Villa compartía su ático con tres gatos mestizos que entraban y salían a través de la terraza. Un día los halló muertos entre espumarajos en la alfombra del recibidor, y no tuvo dudas sobre quién los había envenenado. En represalia, llamó a Hacienda e hizo caer sobre Landelino Ortega una inspección por sorpresa que lo dejó al borde de la ruina.
Así se colmó el vaso.
No se sabe a quién de los dos se le ocurrió la idea de batirse en duelo. Lo que sí se sabe es que una madrugada de septiembre se dieron cita en la Casa de Campo, junto al puente de la Culebra, sin testigos y armados con unas viejas pistolas Astra. Había tan poca luz que apenas podían distinguirse el uno al otro. Dispararon casi a ciegas y, sobresaltados por el eco de las descargas, se desplomaron creyéndose muertos.
Benigno los halló tumbados en la hierba, entumecidos pero ilesos.
—A ver si aprenden a arreglar sus diferencias jugando al dominó, que ya no tienen edad para hacer idioteces —les dijo, camino de la comisaría.
Desde entonces no han vuelto a atacarse.
Pero cualquiera que los conozca un poco sabe bien que esto no es la paz, sino sólo una tregua.

Rubén Abella
Los ojos de los peces. Ed. Menoscuarto, 2010

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