Vi morir a mi padre y no lo olvidaré jamás. El sacerdote trataba de empujar hacia su garganta la hostia consagrada y casi en el estertor, convertida en un amasijo, volvía con una arcada al exterior. En ese instante le dije: «Padre, tú y yo tenemos que hablar en la otra vida, si es que hay otra vida. Dentro de poco lo vas a saber…». Me miró con sus ojos, grandes como platos, y así se quedaron. Me pregunto si me oyó…