Me compré en la Feria del Libro un diccionario de citas y estoy asombrado de la cantidad de sentencias trascendentales excretadas por la humanidad a lo largo de su historia y de lo poco que nos han servido. Pero lo que más me extrañó fue no dar con la frase «la sopa está fría». .O su contraria: «La sopa está caliente». Crecí oyéndoselas a mi padre y no he olvidado el fatalismo con que las pronunciaba. Quizá no pretendía tanto culpar a mi madre de la situación como constatar un hecho objetivo, pero trágico: como cuando te asomas a la ventana y dices: ha habido un terremoto.
De ello deduje a muy temprana edad que la sopa sólo puede estar fría o caliente, o sea, que carece de estados intermedios. Siempre que las personas moderadas intentan explicarme que en la vida no todo es blanco o todo negro, sino que entre ambos hay una gama de grises, yo contesto: «Sí, sí, de acuerdo, pero la sopa sólo puede estar fría o caliente». Y si no se convencen añado que a su vez puede tener pelo o no tener pelo. Sería absurdo decir: esta sopa tiene muchos pelos. O pocos pelos: basta con que tenga uno para que sean muchos. Se demuestra de este modo que la sopa es un alimento muy radical en el que con frecuencia me veo reflejado.
Pues bien, no di con estas máximas fundamentales. A decir verdad, la sopa es muy poco citada, aunque encontré una frase de Hemingway que merece la pena: «Un idealista es un hombre que, partiendo de que una rosa huele mejor que una col, deduce que una sopa de rosas tendría también mejor sabor». Se trata de una cita excelente: lo malo es que viene en el apartado de ideales porque ni siquiera hay una sección de sopas. Un error: uno ha aprendido a leer con la de letras, y gracias a ello todavía es capaz de distinguir una palabra fría de otra caliente. Tomen nota los autores.