Tengo treinta y ocho años. Quince arriba, quince abajo, mis dos amantes se llevan treinta años. Yo soy un puente entre ellos. O una pasarela peatonal. Tienen cosas en común. Son casi una misma persona en dos momentos de su vida. Entre ellos no tengo edad. Se aprecian. Aunque no quieren saber más que lo justo el uno del otro. Como si tuvieran un acuerdo tácito de mutuo respeto. Si alguna vez coincidimos los tres con más gente, nos ignoramos amablemente. Casi evitamos mirarnos. Delatarnos. Somos un triángulo misterioso en la sombra. Un triángulo equilátero, o isósceles, tres momentos de una sola vida. No podría elegir entre ellos.
El mayor me ha insinuado que quiere casarse conmigo. Pelo entre rubio y cano. Pero le he dado largas. No pienso casarme. Y no ha insistido. Qué pena. El pequeño se disgustaría si me casara. El pequeño ama a su novia pero se aburre con ella. Dice que si sigue con su novia es porque me tiene a mí. Me alegra su desfachatez, la naturalidad con la que miente. Me gustan las venas abultadas de la parte interior de sus antebrazos. Frente despejada. Qué suerte tengo, me digo cuando le veo abrazar a su novia con esos brazos fibrosos tostados solo por arriba como las barras de pan.
Al mayor lo veo más a menudo. Me ha llevado varias veces de excursión por la sierra de Guara. Conoce la montaña. Me conoce bien. Nos reímos de todo el mundo. Hacemos fotos. Buscamos setas o mariposas raras, según la época del año. Inventamos palíndromos. Una vez follamos sobre el musgo y él dijo «Ah cipote meto picha», que es un palíndromo que le copió a un amigo suyo. Nos habíamos bebido una botella de Margaux a morro. Yo pillé pulgas ese día. Luego él se reía de mis picaduras en el culo. Su trabajo le tiene muy ocupado. Tiene escolta. Me llama una o dos veces por semana. Es un roble con magníficas piernas de coloso.
El pequeño también es guapo. Siempre que le llamo viene. No sé qué excusas le dará a su novia. Nunca nos desnudamos del todo. Conocemos nuestros complejos. Nos parecemos. Nos reímos de cualquier cosa. De nosotros mismos. Qué guapos somos, decimos por decir algo. Nuestros ojos se miran. Se reconocen constantemente como los ojos de los depredadores. No es solo amor. Es impudicia. Algo incestuoso. Imprescindible.
Sobre la pasarela. Ni pasado ni futuro. Ida y vuelta. Por delante y por detrás. Soy el eje de su simetría. Y espero que todo siga igual para siempre. «La ruta nos aportó otro paso natural», le contesté al mayor sobre el musgo cuando sacó el cipote de mi culo. Es un increíble palíndromo que le copié a un amigo que nunca querría ser mi amante.