Nunca supe quién mató a la chica del supermercado. Papá se quedó sin trabajo y tuvimos que vender hasta los libros. Unos meses después me enteré de que la novela estaba en una de las bibliotecas municipales de mi ciudad, pero, por consideración a mi padre, decidí no reabrir el caso hasta que él recuperase su trabajo.
Ahora, mientras la tierra se traga su ataúd, sólo puedo pensar en que ya nunca sabré quién mató a la chica del supermercado.