“Mi cicerone me condujo enseguida hacia una grieta de la cual se afirmaba que era el famoso “foso de los leones” del profeta Daniel; en el borde de la grieta me señaló también su tumba. Estaba construida, según la tradición mahometana con adobe y tenía la forma de un ataúd de aproximadamente ocho metros de longitud. A mi pregunta porqué el ataúd era tan enorme, me contestó el guía con toda seriedad que Daniel había crecido en su tumba y que había sido necesario alargarla de tiempo en tiempo.
—¿Crece aún el profeta? —pregunté.
—¡No, eso lo han prohibido los rusos!.”