Sentado en un rincón de la oscura taberna, el único cliente contempla en silencio el documental que pasan por televisión sobre la vida salvaje en la sabana africana. La joven camarera le ha servido un café bien cargado, con la misma indolencia que muestra la pequeña gacela del reportaje, mientras deambula por el prado lejos de la manada. El chacal la acecha, agazapado entre la maleza, y el locutor del programa asegura que las posibilidades que tiene la presa de romper el cerco del cazador son prácticamente nulas. [post_excerpt]
Hay un cruce de miradas entre la fiera y el hombre, que sorbe lentamente su taza de café.También la gacela detiene su marcha, inquieta a causa de un ruido que llama la atención de la camarera, la cual deja un momento lo que está haciendo para fijar sus ojos en la pantalla. La vida, al parecer, se somete a unas leyes tan poco flexibles que acaban cuestionando nuestro romántico concepto de libertad. El locutor tiene una voz sedosa, profunda y convincente, y habla como si él mismo hubiera diseñado el comportamiento de todos los seres vivos del planeta. Ahora el chacal ha pedido la cuenta y la gacela, tras limpiarse las manos en el delantal, acude sin demora a cumplir con su destino.