Gracias a sus periódicas remesas de dinero vivía con holgura su familia en el pueblo. Sus padres esperaban con ansia que volviera junto a ellos para que disfrutara por lo menos de unas vacaciones bien ganadas, pues llevaba ya cinco años seguidos en el extranjero. Ignoraban cuál era su ocupación. Se lo habían preguntado en varias cartas, pero respondía siempre confusa y vagamente. Trabajaba por las noches, desde luego. Sus padres lamentaban que, fuese en lo que fuese, tuviese un turno nocturno. En otra carta añadió que no podía ser de otra forma, lo que provocó todavía mayor confusión. Por fin un paisano llegó al pueblo de vacaciones v aclaró la ocupación del hijo. Actuaba en Una sala de fiestas. Aparecía ante el público, arrastrando una ternera, y empuñando un taburete. Luego se subía, mejor dicho, se sentaba… (el paisano por poco se equivoca) en el taburete y ordeñaba a la ternera.
Todos se reían y aplaudían. Los padres no terminaron de comprender aquella estupidez, pero pensaron que ciertamente era un trabajo cómodo y bien pagado.