Cuando Manolo Escobar cantaba en la tele, mi madre no nos dejaba comer hasta que acabara, porque hacíamos mucho ruido con las cucharas. Para ella era el hombre más guapo del universo, decía siempre. Repitiéndolo hasta veinte veces, por lo menos, mientras duraba. Mi padre hacía como si no la oyera, pero tampoco tocaba los cubiertos. Y, mirándola, se le ponían los ojos como si sonrieran.
Si daban una película de la Loren, la Bardot, o alguna así, a mi madre automáticamente le daba un dolor de cabeza tremendo. Y se tenía que acostar antes de que acabara. Entonces, mi padre no sonreía con nada, sino todo lo contrario.