Hay una tribu en el centro de África, cuyo nombre no consigo recordar ahora mismo, que no cree en la existencia de la espalda. Parece una negación absurda, desde luego, pero los antropólogos han aportado abundante documentación al alcance del escéptico o el curioso. Por lo general, en Occidente estamos dispuestos a admitir que la gente no crea en el alma, en Dios, en el diablo, los espíritus, y todo aquello que en general ni se ve ni se toca, pero nadie se atrevería a negar la existencia de las mesillas de noche o de las cornucopias. En otras palabras, entre nosotros el movimiento se demuestra andando.
—Mire usted qué BMW acabo de adquirir.
Personalmente, no creo en el BMW, así que no entiendo cómo hay tanta gente que se gasta el dinero en un automóvil completamente fantástico. Una vez subí en el de un amigo mío y me di cuenta enseguida de que no existía porque estaba lleno de prestaciones inverosímiles. No dije nada porque se había gastado en él cinco millones que no tenía, pobre.
Los millones son otra cosa en la que la gente cree mucho, incluso sin verlos. A esa tribu del centro de África le hablas de millones y es como si le hablaras de la espalda. Por eso no les duele ni una cosa ni la otra. En Occidente, en cambio, cada día hay más personas con problemas de espalda. Y de millones.
Yo, además de no creer en el BMW, reniego también de la existencia de las lavativas. Tengo razones antropológicas que aportaré con gusto. En casa de mis abuelos había una colgada de la cisterna del retrete. Por razones que no vienen al caso, de pequeño pasé muchos fines de semana con ellos y siempre que entraba a hacer pis tropezaba con aquel extrañísimo aparato cuya utilidad se me escapaba por completo. Cuando tuve edad de preguntar, me dieron unas respuestas claramente evasivas. Mi abuelo, por ejemplo, aseguraba que la goma aquella servía para metérsela por el culo, lo que como verán ustedes resulta más increíble todavía que el salpicadero del BMW de mi amigo. Crecí, pues, con la idea de que aquel aparato había sido fruto de mi imaginación: ya se sabe que los niños somos muy perversos. Un adulto como Dios manda no sería capaz de concebir una lavativa, ni un BWM, ni una cornucopia. Sin embargo, hemos sido capaces de concebir la espalda, que como artefacto raro tampoco está mal.
Seguramente, sería un gran negocio exportar espaldas a esa tribu de África que no cree en ellas. Todo lo que no existe alcanza un gran predicamento entre los seres humanos, africanos o no. Yo estoy dispuesto a aportar la mía, que me proporciona unos quebrantos insoportables. Y por un poco más de dinero, doy también la lavativa de mis abuelos, que no consigo quitármela de la cabeza, pese a que estaba pensada para el culo. Con lo que obtenga de la venta de estos dos objetos irreales quizá me compre un BMW inexistente. Gracias.