Los sacerdotes no peinan ni cortan sus cabellos, que caen grasientos, en mechones pegoteados por la sangre de los sacrificios.
Los sacerdotes han transmitido, de generación en generación, la profecía sobre los dioses barbudos que vendrán desde el Naciente para apoderarse del reino y señorearlo.
Los sacerdotes están arrepentidos. Ahora niegan la leyenda o vuelven a contarla de otro modo, buscando nuevas interpretaciones.
Sólo Cortés y su gente creen en esta nueva versión, tanto más aproximada a la idea que tienen de sí mismos, pero no parecen dispuestos a persuadir a los aztecas.