Romeo yacía muerto en la tenebrosa cripta, asesinado por su propia mano, por su propio puñal. Todo había terminado. El corazón de los capuletos había recibido una puñalada certera. Cuando Julieta despertó de su fingida muerte observó el cuerpo sangrante de Romeo y supo que su plan había sido un éxito. Luego, esquivó el cadáver con desdén y abandonó la cripta. Afuera la esperaba un joven inglés, de apellido Shakespeare, con quien pronto se casaría. Mientras tanto, en la bulliciosa Verona la vida y el amor corrían por las calles como la moneda más corriente.
Sandro Centurión
Este cuento, ya se publicó el 20 de febrero de 2009