El duelo

orlando romanoDurante días, el pequeño Matthew sumó valor y estudió y maduró su plan.
La contemplación del espejo, al final del oscuro corredor, lo mantuvo abstraído largo rato; buscaba esa sombra indefinida y espeluznante que a veces, de soslayo, creía ver en el azogue. La manita izquierda se hizo puño, la derecha comprimió el martillo. Sobre la alfombra, avanzó con desnudos pasitos y se detuvo, porque el espejo también había dado unos pasos hacia él.
«¡¡¡Te oí, a la cama!!!», exigió la voz desde un dormitorio.
Matthew blandió el martillo en gesto de amenaza. «Volveré», cuchicheó.
El espejo retrocedió hasta la pared.

Orlando Romano

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